Kiosko y Más

EL VALOR DE LA INFANCIA

Luis Francisco Martínez Montes

El niño es el padre del hombre. En este sencillo verso, el poeta inglés Woodsworth enunciaba una bella paradoja que en la que casi todos creemos reconocernos. Sin embargo, la moderna psicología del desarrollo la ha puesto en entredicho. Y con buenas razones. Es sabido que fue Rousseau, con su Emilio, el artífice de la idealización de la infancia, entendida como la etapa en la vida del hombre donde más cerca está del estado de bondad natural antes de que la sociedad tradicional le eche a perder. Un destino que, para el filósofo ginebrino, solo un correcto cultivo de los sentimientos desde la más tierna edad sería capaz de evitar.

Esta visión del niño como preludio del hombre ideal que podría llegar a ser fue típica del tránsito de la Ilustración al romanticismo y así fue recogida por Woodsworth, el poeta romántico por excelencia. Menos lírica, pero deudora de una misma valoración instrumental de la infancia, fue la aproximación científica ensayada por vez primera por Charles Darwin. El padre de la teoría de la evolución observó la expresión de las emociones de sus propios hijos al responder a estímulos externos y anotó cómo variaban al crecer durante varios años, desde 1839 hasta 1856. Su propósito era comprobar la similitud en el desarrollo cognitivo de sus vástagos y el de los simios su

periores a edad similar, una idea que le asaltó al visitar a Jenny, el primer orangután del zoo de Londres, un año antes de que naciera su hijo William.

Estamos, de nuevo, ante la infancia concebida como mero estadio inicial hacia una fase superior de crecimiento. O, en el caso posterior del psicoanálisis, una disciplina en buena medida síntesis de la formación científica de Freud y de su pasión por la mitología y la literatura clásicas, como una fuente original de la que emanan sin cesar pulsiones de vida y muerte que se manifiestan en la edad adulta, a menudo en forma de conflictos mal resueltos. Hubo que esperar hasta los estudios, entre otros precursores, de Jean Piaget para que, al fin, la infancia dejara de ser concebida meramente como antesala, o sustrato, de la vida adulta. Su estimación de que cada fase de la vida tiene características propias, sobre todo en el ámbito cognitivo y, ciertamente, un valor intrínseco, fue esencial para dejar de considerar y tratar a los niños desde el prisma de los adultos. Fue un paso que abrió el camino, entre otras revelaciones, hacia el tratamiento diferenciado de los trastornos de la infancia y hacia la consolidación de la neuropsiquiatría infantil como disciplina por méritos propios. Una disciplina a la que se consagró en cuerpo y alma Vicente LópezIbor Camós, quien nos abandonó el pasado mes de abril tras una vida plena dedicada a su familia y a su vocación: disipar las tinieblas que a veces dominan la mente de nuestros niños y adolescentes y enseñar a los mayores a apreciar esas edades en su valor intrínseco, con todas sus luces y, también, con sus ineludibles sombras.

Padre de nuestro co-editor y colaborador Vicente López-Ibor Mayor, Vicente López-Ibor Camós, además de eminente especialista en el campo de la psiquiatría infantil y adolescente, fue también un ejemplo eximio de médico humanista. En ello siguió la estela de otros compatriotas quienes, al modo de Gregorio Marañón o Laín Entralgo, supieron armonizar una aproximación científica a la enfermedad; el trato al paciente, ante todo, como persona y una vasta cultura puesta al servicio del progreso de la sociedad. Dejamos a nuestros lectores con el elogio fúnebre que, a la manera clásica, le dedica otro eminente compatriota, Federico Mayor Zaragoza.

In Memoriam

es-es

2020-05-18T07:00:00.0000000Z

2020-05-18T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/281492163508693

ABC