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Yo, confinado

David Serrano-Dolader*

Parecía inevitable… y lo fue. Viendo casos y oyendo historias de aquí, de allá y de acullá, a uno le parece que está preparado para que le toque la varita mágica. ¡Pero no!

Contacto estrecho, lo llaman; despersonalizando así una situación intransferible y, a ratos, caótica. Han sido dos semanas durillas (no sé muy bien por qué utilizo este diminutivo atenuador) y ahora queda en la mente ese tamborileo casi permanente de que puede volver a pasar. Saltar la barrera inicial no significa que la carrera no deba reanudarse ni que, a la vuelta de la esquina, no esperen nuevos obstáculos. Las bridas bien agarradas, las espuelas bien calzadas; y a esperar con esperanza.

¿Qué he aprendido? Que los protocolos farragosos llevan a mil interpretaciones divergentes. Que hoy te dicen X, mañana te confirman W pero pasado estás a la espera de Z. Decenas de llamadas, buen trato, suaves palabras, muchos «tiene usted razón», algunos «estamos desbordados» y un par de «pues no sé qué le diga». Y, al final, esperas que el punto capital del protocolo haga sonar la campana del «libre, libre» pero el repiqueteo se retrasa, se diluye, se esfuma y –con una cierta sensación de absurdidad– comprendes que tendrás que hacer de tu propio monaguillo: ¡tilín, tilín! En esto, como en todo, uno se siente solo ante el peligro: una retahíla de pasos, a veces, ininteligibles; en ocasiones, contradictorios; por momentos, alucinantes. ¡No es fácil, no!

Como diría el loco: quien mal padece… de impaciencia no fenece.

TRIBUNA

es-es

2021-05-09T07:00:00.0000000Z

2021-05-09T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/281792811903120

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