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China, la OTAN y la Unión Europea

José Luis Martín Cárdaba, periodista y diplomático

Hace medio siglo China era un país subdesarrollado. Hoy sin embargo la mayoría de los chinos, sean del nivel social que sean, piensan que la antigua civilización de su país es superior a la de otros continentes. Por ello miran con vergüenza los tiempos pasados de los siglos XIX y XX en los que estuvieron sometidos primero a Gran Bretaña y luego a sus vecinos de Japón.

Hoy en el mundo occidental se considera a ese estado-continente como una amenaza, como un ‘rival sistémico’, según proclamaban en la reunión del G-7 y en confesión directa del presidente norteamericano Biden. Se pasó de una política de entendimiento en los años setenta con Richard Nixon y sus sucesores a una guerra fría en la que los americanos consideraban el comunismo chino como un obstáculo a su hegemonía mundial. Se tenía presente la famosa Larga Marcha de Mao Zedong contra las tropas de Chiang Kai-shek, por las que los comunistas fueron inicialmente derrotados; anduvieron 12.000 kilómetros entre 1934 y 1935. Los comunistas caminaron tanto que no solo rompieron sus zapatos sino que consumieron su salud y fueron una presa fácil para la muerte.

Los ciudadanos chinos son patriotas y muy resistentes. Pero quizás tenga que acostumbrarse el mundo occidental a comprender que China no piensa tanto en combates y guerras, sino que su futuro se orienta al bienestar, el progreso y a conseguir reconocimiento y respeto internacionales.

Cuando Trump desembarcó en Europa enarbolando el ‘America first’, los europeos vieron un reflejo de su antieuropeísmo y del disenso sistemático con los aliados de la OTAN. Ahora, la visita de Joseph Biden –con las cumbres del G-7, de la OTAN, con la Unión Europea y con Putin– ha servido para promover una política contraria a la practicada por Trump. A la América de Biden no le es bastante volverse a abrazar con los aliados históricos de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. Quiere fortalecer un bloque en torno a los valores de las democracias liberales, definir una línea de firmeza colectiva frente a estados no democráticos como Rusia y China, clausurando el contencioso económico-comercial abierto por Trump con esos aliados tradicionales.

No acepta la disgregación europea sino al contrario, pide una toma de conciencia común contra el resurgir de los nacionalismos. Biden vino a Europa para reforzar el bloque occidental y definirle nuevos horizontes. No vino con las manos vacías sino con las ideas claras sobre el papel de la pandemia y la vacunación de los estados pobres, terminar las pugnas económicas entre Boeing y Airbus, apoyarse en la fuerza germana de Merkel y que los acuerdos de Viena de 2015 contra la política nuclear iraní se reactiven a pesar de la incerteza actual. De un modo totalmente diverso que el de su antecesor, Biden agita la bandera de la primacía americana y europea, con una política exterior de atlantismo y europeísmo (OTAN y Unión Europea) frente a la China de Xi Jinping y su represión contra los uigures, la violación de los derechos humanos en Hong Kong y en el Tíbet, a pesar de que Europa tiene intereses importantes con Pekín.

Merkel está en el epílogo de su vida política y Macron, inmerso en una campaña electoral decisiva para toda la Unión Europea. El futuro próximo será decisivo para todos en la escena internacional. No bastarán las palabras y la retórica, sino la hegemonía y el poder para caminar hacia un sólido futuro bien afianzado.

TRIBUNA

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2021-06-23T07:00:00.0000000Z

2021-06-23T07:00:00.0000000Z

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