Las películas de animación con un estilo formal alejado de los moldes habituales revisten de partida un carácter especial. Los dibujos, los diseños y los trazos de ‘Calamity’ pueden parecer sencillos, si bien desprenden esmero. La sugerente plasmación, con rasgos de autoría, en este caso la de Rémi Chayé, director de ‘El techo del mundo’, y el nivel del tratamiento narrativo motivan que la obra francesa, capaz de agradar tanto a cinéfilos como al público familiar en busca de otro tipo de propuestas, resulte apreciable. A lo suscitado en términos expositivos contribuyen su adscripción al ‘western’, en origen a las historias sobre las caravanas de los que viajaban con la esperanza de una vida mejor (en el desarrollo se muestran más terrenos del género), y de manera significativa el estupendo retrato de la protagonista. El relato imagina la juventud de Martha Jane Cannary, alias ‘Calamity Jane’, una de las figuras del Oeste, y describe a una chica valiente y llena de determinación cuyas acciones chocan con la perspectiva social de su tiempo. Su perfil, que remite al del diferente, conlleva un discurso de igualdad, feminismo y libertad que fluye con la atractiva naturalidad de cuando no se recarga nada.

Las características de aquellas largas y duras rutas construyen un interesante microcosmos. La disonancia que representa la niña, con una situación personal que provoca que asuma más responsabilidades y que al hacerlo exhiba aun más su modo de ser, se simboliza en la decisión de ponerse pantalones para ir más cómoda y en el arrebato de cortarse el pelo después de que le cojan de la melena en una pelea. A raíz de que la consideren una ladrona, el marco se amplía al dar paso a la aventura a lo Huckleberry Finn (el conflicto y la amistad con el huérfano, los líos con los tramperos y en el pueblo, la etapa en la mina) y, en definitiva, como señala el regreso, a la experiencia que define la identidad.