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El drago canario

Cristina Grande

Hace un par de años me traje de Canarias unas semillas de drago que nunca germinaron. Hablábamos de eso justo la noche anterior a la erupción volcánica de La Palma. Daba la casualidad de que en la conversación había un chico canario que por amor se vino a la Península. Él sabía muy bien que la erupción anterior había sido hace cincuenta años. No parecía preocupado. De alguna manera los canarios conviven con los volcanes igual que nosotros convivimos con los desbordamientos del Ebro o del Jalón. Nos contó que en el jardín de su casa su padre plantó un drago hace mucho tiempo. Crece muy hermoso y muy despacio, apenas mide algo más de un metro. Mis semillas de drago se perdieron pero su espíritu, en cierto modo, ha renacido.

La sangre de drago ha tenido múltiples usos desde la antigüedad: cicatrizante, antiinflamatorio, dentífrico y tinte (incluso se ha especulado con la idea de que los Stradivarius deben su color rojizo a esta savia). Fuera de las islas no es fácil cultivarlos. También es delicado a la hora del trasplante. Me acordé de mi madrina que, siendo catalana, vivió muchos años en Las Palmas de Gran Canaria, donde nacieron sus cuatro hijas. Después volvieron a Barcelona y las niñas, con su acento canario, se adaptaron unas mejor que otras a la nueva condición de catalanoparlantes. Hay personas que soportan bien ser trasplantadas, pero hay otras como los dragos, de raíces delicadas. El chico canario, que se llama Álvaro, me pareció de raíces fuertes y sanas. En plan pitonisa le auguré un bello futuro en tierras aragonesas.

COMUNICACIÓN

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2021-09-21T07:00:00.0000000Z

2021-09-21T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/282497186803700

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