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Dorotea

Octavio Gómez Milián

Dorotea lleva tres décadas yendo de cara y acumulando talento, escribiendo en la arena los restos de la deriva. Siguió el camino dorado de los chapines y descubrió que mostrar las vergüenzas del mediocre que se escondía, anciano, tras la máscara, no salvaría al mundo. Dorotea siguió volando a pesar de las cadenas que le iban atando a los pies porque la prudencia es un rasgo que se controla con un termómetro estropeado. Con el metrónomo que ofrece el corazón de la ciudad, Dorotea gestionaba las luces y el olvido. Éramos tan jóvenes que no sabíamos que se podía amar a los hijos como nuestros padres nos quisieron a nosotros. Cuando el desconcierto teje los trajes de la envidia, siempre hay manos dispuestos a tirar de la sisa hasta rasgar las vestiduras. Dorotea, con su voz del mediodía, entre Cesáreo Alierta y el antiguo cine Torrero, muleta en mano, cinco minutos en el banquillo, hielo en las rodillas y salir a ganar. Dorotea del setenta y ocho, la más brillante de la quinta, enseña a sus vástagos que intentar dominar el mundo es una tarea que se les encarga a los amargados. Dorotea, nos queda la hipoteca y la poesía, ser el dique contra los sucedáneos de la tinta que abrieron todas sus cavidades a los cantos de las sirenas. Carroñeros del desierto social, santos y sus sombreros, fotos de sal y sus cosméticas. Dorotea sabe que el simplón escucha tras la puerta y casi todas las marionetas lo son por voluntad propia y miran hacia otro lado porque su ventrílocuo las dejó así. Vaina flexible contra el cierzo, son malos tiempos, Dorotea.

TRIBUNA

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2021-09-22T07:00:00.0000000Z

2021-09-22T07:00:00.0000000Z

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