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En Sierra de Luna también se saluda así: ‘zdravei, ¿kak ste?’

Casi seis decenas de ciudadanos búlgaros censados, en un municipio que no llega a los 300 habitantes, supone un colectivo suficientemente nutrido como para que no suene tan raro este ‘hola, ¿cómo estás?’

La pista de que en Sierra de Luna estamos ante un fenómeno inusual está en la entrada del Ayuntamiento, donde quedó inmortalizada hace unos años la lista del censo local; allí hay muchos apellidos acabados en ‘v’, junto a otros de raíz pakistaní. Entre esos dos colectivos, el primero –personas oriundas de Bulgaria– gana por goleada, como en los tiempos de Hristo Stoichkov en el Barcelona o, en menor medida, Nasko Sirakov en el Real Zaragoza. Son más de medio centenar entre los que llegaron y los que han crecido aquí, en las Cinco Villas, un goteo que comenzó hace más de dos décadas.

Niky Mirchev y su esposa Maia llevan ocho años en Sierra de Luna. Tienen un hijo de 21 años que también ha venido con ellos. «Nos enteramos que el bar del pueblo se traspasaba y nos ofrecimos para cogerlo; Maia y yo vivíamos en Ejea y nos habíamos quedado sin trabajo. En verano también llevamos el bar de las piscinas, se van ajustando los horarios entre los dos locales. Estamos contentos con la gente del pueblo, y creo que ellos también con nosotros. Aquí queremos seguir, es importante estar a gusto. Como sabéis, cuando llegamos ya había varias familias de mi país viviendo aquí, sobre todo en la granja».

Los trabajadores de los aerogeneradores en la zona –parques de la Sarga, Monlora II y Monlora III, levantados en el último trienio– hicieron que el negocio de Niky y Maia funcionara especialmente bien durante un tiempo. «Venían a menudo a almorzar, comer e incluso a alguna cena. Cocinamos como en casa, con buen producto. No hemos metido platos búlgaros hasta ahora, pero no lo descartamos; por

ejemplo, allá es muy popular la musaka, pero en el fondo se parece a la cocina española, aunque aquí se come más pescado que allá y allá le ponemos más especias».

Ivanka y Mile fueron los primeros búlgaros en llegar. Romina Asenova tardó un poco más, pero ya ha llovido desde su arribo. «Recuerdo la fecha exacta –comenta en un perfecto castellano– porque terminaban las fiestas ese día. Fue el 2 de agosto de 2004, así que ya se han cumplido 17 años desde entonces, yo tenía 11 al llegar. Mi padre, Asen, había venido cuatro meses antes para preparar el terreno a la familia; enseguida lo rebautizaron como Alberto, por cierto –ríe– y con Alberto se quedó». Romina viene de la zona de Pleven, como la mayoría de los búlgaros arraigados ahora en Sierra de Luna.

La chiquilla recién llegada se hizo cincovillesa muy rápido. «Mi primer colegio aquí fue el Mamés en Ejea –la capital comarcal está a 25 kilómetros, Romina iba en autobús– y luego al instituto Reyes Católicos, también en Ejea. Fui madre pronto; tuve a mi hija Tsvetelina, aunque todos le llaman Sveti, hace ocho años y después a un peque que acaba de llegar, se llama David. Mi marido, Denis, también es búlgaro, llegó aquí dos años después de que lo hiciera mi familia, y también en plenas fiestas. Nos conocimos siendo unos niños».

Denis es ganadero, trabaja en una granja en Ejea. «Yo –explica Romina– he ido ayudando a la gente mayor aquí, haciendo tareas de asistencia, pero con el pequeño ya me dedico solamente a la casa. Mi padre, mi padre y mis suegros, como muchos otros, trabajan en la granja ganadera Sierra de Luna, que cuenta con más de 60 trabajadores. Muchos son búlgaros allá, ten en cuenta que hay más de 50 personas de Bulgaria en el pueblo, varios niños entre ellos. Hay otros extranjeros aquí; también viven dos familias paquistaníes que trabajan en el campo».

Poco a poco llegaron más, muchos familiares. «Anatoli, primo hermano de Mile, vino después; además, es mi tío, hermano de mi padre. Nosotros no hemos traído a nadie; bueno, a nuestros hijos», apunta Romina.

Historias entrañables

Volviendo a Ivanka y Mile, llegaron a la zona para cuidar un ganado; no tardó en seguirles Eli, que también lleva más de 20 años en Sierra de Luna; su tercer hijo ya nació aquí. «La pareja estuvo cuidando ganado en Tauste y luego vinieron a la granja –apunta María Luisa Naudín, Marisa para sus vecinos, alcaldesa del pueblo– preguntando por trabajo. Vivían en la casa de las antiguas escuelas y tenían con dos hijos pequeños, Rache y Ase; el tercero, Fernandito, es mi ahijado y nació aquí».

Marisa, que vive en Zaragoza pero pasa todos los días posibles del año en Sierra de Luna, recuerda aquel alegre día con una sombra de nostalgia. «El día que la madre de Fernandito se fue a darle a luz a Zaragoza, me quedé de niñera de los dos mayores en su casa; cuando vieron marcharse a los padres les entró un disgusto tremendo, porque no me conocían lo suficiente y tenían una imagen grabada en la cabeza; cuando sus padres vinieron a trabajar aquí, tardaron un tiempo el traerlos de Bulgaria, hasta que pudieron asentarse; allá estaban al cuidado de su abuela, y debieron pensar que sus padres se marchaban de nuevo por mucho tiempo. Por suerte, todo acabó bien; en cuanto vieron llegar el coche de su padre por la noche, se tranquilizaron. Al bebé le pusieron Fernando como muestra de cariño hacia mi marido».

Entre los chavales que han pasado buena parte del verano en el pueblo hay varios de Zaragoza y Barcelona, y hay dos hermanas de Sierra de Luna, Daniela y Adriana. «Todos tienen casas de familia aquí –explica Marisa– y se lo pasan de maravilla aquí, a su bola. Es lo mejor que tienen los pueblos, la tranquilidad y la seguridad; la parte mala de eso es la despoblación, claro, pero aquí todavía vamos aguantando».

ARAGÓN ES EXTRAORDINARIO

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2021-09-22T07:00:00.0000000Z

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