Kiosko y Más

La trata de seres humanos

Aunque la sociedad no sea consciente de ello, la trata de personas es una realidad, y requiere acciones decididas de la ciudadanía y de las instituciones para ponerle fin

Pedro Luis Blasco

El 30 de julio es el Día Internacional contra la Trata de Personas, así lo decidió la Asamblea General de las Naciones Unidas el 18 de diciembre de 2013, con la finalidad de «concienciar a la sociedad y a los gobiernos sobre la situación de las víctimas del tráfico humano y para promocionar y proteger sus derechos». Han manifestado su apoyo instituciones, asociaciones, etc., como la OIM, APRAMP, Manos Unidas, Corazón Azul, la Iglesia en varias diócesis, la Brigada Central Contra la Trata de Seres Humanos de la Policía Nacional, etc. Así como Aragón Radio, con varias entrevistas muy seleccionadas. Al día siguiente, HERALDO informó de la actividad que desarrolla la Consejería de Ciudadanía y Derechos Sociales del Gobierno de Aragón y, muy especialmente, la Dirección General de Cooperación al Desarrollo e Inmigración. No obstante, apenas tiene eco en la sociedad; de hecho, la mayoría de los ciudadanos solo ha oído alusiones a algunos casos particulares. Lo cual es muy preocupante.

La trata existe y apenas se sabe qué es. Vale recordar aquí el Protocolo de Palermo de 12 de diciembre del 2000: «Por trata de personas se entenderá la captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o la concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga control sobre otra con fines de explotación».

No se trata ya de ‘filosofar a martillazos’, pero sí de aprovechar los amplificadores de todos los medios de comunicación para gritar bien alto que la trata de seres humanos existe, porque es real y cotidiana la explotación sexual de muchas personas, la explotación laboral, la mendicidad obligada, los matrimonios forzados, la explotación infantil, el sometimiento de personas al tráfico de drogas, al tráfico de órganos y a la criminalidad forzada; porque son muy reales las adopciones ilegales y la explotación reproductora; porque son reales las redes internacionales y la criminalidad organizada; porque todo ello constituye para los tratantes miserables un negocio muy rentable económicamente, próximo al tráfico ilegal de armas y de drogas. Porque millones de personas lo testifican sufriendo en sí mismas el ‘sinrespeto’ más absoluto y la bajeza más abyecta a la que son sometidas: no son consideradas como personas iguales, con valores, derechos y dignidad, sino como meras cosas o mercancías que tienen precio. Poderoso caballero es Don Dinero. De manera que los tratantes pasan por alto los sentimientos de sus víctimas, sus intereses, sus pensamientos, sus vínculos familiares y de amistad. Y de tal manera son sometidas, anulan su autonomía moral y su humanidad, que pueden llegar a perder su propia identidad. Lo peor para ellas es que la vida no es un sueño, su cruel realidad, y que ninguna de las violaciones de la dignidad humana es mera pesadilla de una mala noche, sino que son peor que los monstruos que produce el sueño de la razón.

Hay otros rasgos importantes. Uno es que la tecnología se ha introducido en la trata de seres humanos, como innovaciones informáticas, uso de criptomonedas para blanquear el dinero, etc.; en consecuencia, también hay que introducir la tecnología en las estrategias para combatir la trata. Otro rasgo es la globalización de la trata y, por lo tanto, los recursos para combatirla van más allá de la reacción de cada país. Los problemas de prevención, detección, protección, reinserción de las víctimas y de persecución de los tratantes requieren soluciones globales y unificar los instrumentos legales, policiales y penales de los países, coordinados por los distintos organismos internacionales y por las distintas normas del Derecho Internacional.

Y hay otro rasgo fundamental, es decir, de fundamento: que tanto el rechazo social a la trata como todo ese derecho responden a unas convicciones morales, a una reafirmación profunda de los derechos humanos y, en definitiva, a una concepción generalizada de la idea de lo que es el ser humano y, concretamente, de ciertos elementos constitutivos de la naturaleza humana de las personas que somos los ciudadanos. Repudiamos todas esas actividades de la trata porque chocan frontal y radicalmente con la idea y la experiencia que tenemos de nosotros mismos como seres humanos: nos sabemos, y sobre todo de una manera especial desde el Renacimiento y desde la Ilustración, sujetos racionales y libres, de la misma naturaleza humana que todos los seres humanos; estamos abiertos a los otros en una comunidad de autorrealización humana recíproca o de progresiva plenitud humana interpersonal y, en consecuencia, de la perfección posible correalizada y de felicidad convivida; nos sabemos sujetos, además, de todos los derechos que se empezaron a proclamar en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948. Por eso he de pensar y afirmar, frente a Hobbes: ‘homo homini homo’.

Así es que todas esas perniciosas actividades de los tratantes atentan y violan lo más profundo de nuestro ser humano: sobre todo de las víctimas, pero también de todos y cada uno de nosotros como participantes de esa comunidad humana y, en definitiva, como miembros de una misma sociedad y cultura en la que compartimos los mismos valores humanos y los mismos principios morales. Si, como se ha repetido con frecuencia y comparto, la trata de seres humanos es la esclavitud de nuestro tiempo, también comparto la idea del profesor Peces-Barba con la que titulaba uno de sus artículos: ‘Los derechos humanos, la moralidad de nuestro tiempo’. Todo lo cual nos ha de hacer conscientes de que la decisión y el esfuerzo para combatir la trata de seres humanos es responsabilidad de todos y cada uno en cuanto nos sea posible. No vale la pasividad de una ignorancia vencible y de alguna manera cómplice de aquellos delitos; de manera que si prestamos atención a las víctimas de la trata, escucharíamos que nos dicen: o estás conmigo o estás contra mí.

Más allá de esta actitud moral personal necesaria, pero en sí misma insuficiente, está la acción imprescindible y decidida de las instituciones competentes y de los poderes públicos. Una vez más, entiendo como principio básico que donde no llega la moral ha de llegar el derecho. Necesidad del derecho que implícitamente reclama Carlos Castresana, expresidente de la APDHE, cuando afirma que acabar con la trata requiere, entre otras, dos estrategias importantes: acabar con la demanda de la trata, y lograr que la trata no sea rentable. Ambas tareas dependen más, ciertamente, de los poderes político y jurídico del Estado y de la comunidad internacional.

A nivel nacional e internacional se ha ido tomando consciencia de la gravedad –no tanto de la urgencia– de regular la trata de seres humanos. Disponemos ya de textos muy concretos en la regulación jurídica y penal; pero son normas parciales: es necesaria una ley integral contra la trata de personas.

TRIBUNA

es-es

2022-08-10T07:00:00.0000000Z

2022-08-10T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/282050510839031

ABC