Kiosko y Más

Se inicia aquí el relat de un encuentr íntim , revelad r.

"¿En tu casa estaba permitido hablar alemán? En la nuestra, no. Cuando empezó la guerra, estaba llena de alemanes. El chófer, el servicio, todos. De ahí la prohibición" –NICOLA LUBITSCH–

«Una especie de catarsis». Así lo describe una de sus protagonistas. Hijas de auténticos mitos del celuloide, Victoria Wilder y Nicola Lubitsch no se veían desde niñas. Hoy, sin embargo, se sienten inesperadamente cercanas al descubrir que comparten lo que implica vivir a la sombra de un genio. En su caso, dos de los más grandes. Billy Wilder, nacido en el Imperio austrohúngaro y criado en Viena, descubrió el cine tras viajar a Berlín. De familia judía, perdió a su madre y sus abuelos a manos de los nazis; rodó su primera película en París, en 1934; y enseguida se mudó a Estados Unidos, lugar donde creó una larga lista de obras maestras: El crepúsculo de los dioses, Con faldas

y a lo loco, El apartamento… Entre rodaje y rodaje se casó dos veces. La pintora Judith Coppicus, primera esposa, le dio a Victoria. Audrey Young, la segunda, lo acompañó hasta su muerte, en 2002.

Ernst Lubitsch, el padre de Nicola, fue otro gigante. También judío, nació en el Berlín del siglo XIX, donde triunfó antes de lanzarse a la conquista de Hollywood. Cuando Wilder llegó, de hecho, Lubitsch ya era un pez gordo de la Paramount y le ofreció su primera oportunidad. Así se hicieron amigos, poniendo el cine patas arriba, entrecruzando géneros, y dejando el maestro para la historia su mítico 'toque Lubitsch': su habilidad única para sugerir más de lo que se muestra. Murió con 55 años, cuando ya había creado obras antológicas, y dejó una hija –con la actriz Vivian Gaye, su segunda esposa– de 9 años. Fue un funeral de época, aquel en el que Wilder dijo: «No más Lubitsch» y William Wyler replicó: «Peor aún. No más películas de Lubitsch». Las que hicieron ambos, sin embargo, son de las que perduran. Como perdura intacta, vibrante, emotiva, la memoria de sus hijas.

XLSemanal. ¿Es la primera vez que hablan desde su infancia? Victoria Wilder. Sí, en más de 70 años. La última vez que nos vimos éramos muy pequeñas. XL. ¿Alguna se llegó a plantear lo de dedicarse al cine?

Nicola Lubitsch. Yo me apunté a una escuela de interpretación en Nueva York. En una de mis clases estaba Robert Redford. Quisieron expulsarlo porque siempre llegaba tarde, yo lo llamaba por teléfono todas las mañanas... Mi carrera sobre los escenarios fue corta, luego me casé y me dediqué a los caballos.

XL. Y también a criar a sus hijos. N.L. Así es. Perros e hijas, para ser exactos.

V.W. Yo tengo una hija. Y he hecho de todo, pero mis padres decían que el cine no era para mí. Ahora me gustaría preguntarles por qué. Hay tantas cosas que no les pregunté…

N.L.

A mí me pasa igual. Cuando murió mi padre, yo era muy pequeña. Luego coincidí alguna vez con el tuyo, años después, y debí pedirle que fuéramos a comer y charlar. Pero no era la persona más fácil del mundo, no era alguien con quien se pudiera tener una conversación natural.

V.W.

Ni siquiera yo. Nos veíamos al menos una vez al año, pero creo que nadie consiguió tener una relación estrecha con él, salvo quizá Audrey, su segunda esposa. Billy Wilder era muy Billy Wilder,

como decía siempre Audrey.

N.L. Era muy sarcástico. Me acuerdo que una vez, en la fiesta de cumpleaños de su agente, dijo: «Me gusta esta fiesta, puedes comprobar quién sigue vivo».

V.W. Tu padre fue el mentor del mío, creo.

N.L. Sí, lo fue. Ya sabes lo del cartel que tenía en su despacho: «¿Cómo lo habría hecho Lubitsch?».

XL. Wilder escribió los guiones de dos películas de Lubitsch, Ninotchka y La octava mujer de

Barba Azul. ¿Fueron amigos?

V.W. Ninotchka se estrenó el año que nací yo...

N.L. Es mi favorita. Nuestros padres eran amigos. Billy fue uno de los primeros en venir cuando papá murió. Mi padre y él iban todos los domingos a una tertulia alemana. Así que se veían una vez a la semana, como poco. ¿En tu casa estaba permitido hablar alemán? En la nuestra, no. Cuando empezó la guerra, la casa de papá estaba llena de alemanes. Su chófer, el servicio... todos, alemanes, de ahí la prohibición.

V.W. Mi niñera era alemana, todo el mundo la llamaba fräulein, 'señorita'. ¡Yo creía que era su nombre!

N.L. La hermana Lina, mi niñera alemana, me salvó la vida. El caso es que íbamos las dos solas en un barco de Inglaterra a Estados Unidos, porque mi madre había querido quedarse un poco más de tiempo con sus padres después de mi bautizo, y nos mandó a nosotras por delante. Y en mitad del viaje estalló la guerra. Un submarino alemán torpedeó al Athenia. Cuando explotó, la mayoría de las madres que iban en el barco estaban cenando en el comedor y no pudieron sacar a sus hijos de los camarotes. Pero la hermana Lina era tan alemana y tan estricta que no me había dejado sola en el camarote. Así que me salvó. La mayoría de los otros niños se ahogaron. Cuando leyeron la noticia del hundimiento del Athenia, todos creyeron que habíamos muerto. Mi madre presionaba al Consulado en Londres para averiguar si habíamos sobrevivido. El embajador era

En Primer Plano

es-es

2021-07-25T07:00:00.0000000Z

2021-07-25T07:00:00.0000000Z

https://lectura.kioskoymas.com/article/281827171781131

Vocento