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Esos truenos vestidos de nazarenos

Por Carmen Posadas www.xlsemanal.com/firmas Instagram: @carmenposadasescritora

siempre he pensado que los peores sentimientos del ser humano han sido más beneficiosos para la humanidad que los buenos. No solo el egoísmo, que, como señaló Adam Smith, es un motor económico formidable por aquello de que el panadero que busca su propio beneficio acaba dando trabajo a otros; son muchos más los rasgos de carácter poco edificantes que redundan en un bien para la sociedad. Porque, al fin y al cambio, y si bien se mira, ¿qué levantó las pirámides sino la soberbia y la megalomanía de los faraones? Y ¿acaso no fueron también estos dos feos defectos unidos a los celos que sentía Julio II por su antecesor, el papa Borgia, los que dieron al mundo la Capilla Sixtina? Como de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno, observen lo que pasa, en cambio, cuando el móvil de las acciones humanas son los sentimientos positivos. El ejemplo más evidente está en la Revolución francesa, cuando encomiables sentimientos como libertad, igualdad y fraternidad hicieron caer al corrupto Antiguo Régimen, sí, pero para poco después dar paso al Gran Terror con la guillotina funcionando a destajo. Algo similar ocurrió en el siglo XX, con la espléndida intención de defender a los obreros frente a los abusos de los patronos que acabó en los fallidos experimentos de la Unión Soviética, China, Cuba o Venezuela. Para volver a los malos sentimientos, otro defecto humano que ha dado buenos réditos es la tan denostada hipocresía. Yo soy gran partidaria de ella. No sólo me parece un síntoma de civilización y una cualidad social imprescindible (¿se imaginan que fuera uno por ahí diciendo lo que realmente piensa del prójimo?). También pienso, como La Rochefoucauld, que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud. O, dicho de otro modo, la hipocresía hace que los no virtuosos, para fingir que lo son y para justificarse ante sí mismos, acaben comportándose virtuosamente llevando a cabo hechos encomiables. La hipocresía en los más ricos es especialmente deseable. Lorenzo de Médici, por ejemplo, no era ninguna hermanita de la caridad. Al contrario, en caso de que haya infierno, debe de llevar cuatro siglos rostizándose en él. Sin embargo, por soberbia, por orgullo y también por hipocresía protegió las artes y auspició las carreras de Botticelli, Leonardo y Miguel Ángel. No solo las artes se han beneficiado a lo largo de la historia del afán de muchos truenos por vestirse de nazarenos. Durante el siglo XVIII, el despotismo ilustrado, con «su todo por el pueblo, pero sin el pueblo», propició considerables avances en el terreno de la ciencia, la filosofía y el pensamiento. Soberanos como Catalina la Grande o Federico de Prusia también deben de estar friéndose en el infierno con Lorenzo el Magnífico, pero, además de los logros antes mencionados, se ocuparon de modernizar y mejorar las instituciones de sus respectivos dominios. En la actualidad, truenos de perfiles tan controvertidos como George Soros siguen el ejemplo de truenos de antaño. Este caballero, al que muchos tienen por un genio del mal, ha donado la nada desdeñable cantidad de 32.000 millones a su fundación, destinada a promover la justicia, la educación y la salud pública. Warren Buffett y Bill Gates, por su parte, han iniciado la muy interesante campaña de nombre Promesa de dar, por la que se comprometen a donar la mitad de su fortuna a causas filantrópicas. Con ánimo de emularlos (o competir con ellos), millonarios de China, Rusia y Arabia Saudita se han sumado también a la iniciativa. Otros truenos, en cambio, y lamentablemente, han elegido caminos diferentes. Quizá porque vivimos tiempos hedonistas e infantiloides, ellos, siguiendo el espíritu de su tiempo, ya no aspiran a fingir virtud como sus antecesores. Según he podido leer estos días, Bezos, el fundador de Amazon, y Musk, el magnate de Tesla, se han puesto a competir y a gastarse billones de dólares... en ver quién llega antes a

Otro defecto humano que ha dado buenos réditos es la tan denostada hipocresía. Yo soy gran partidaria de ella

Marte y monta una ciudad allí (para archimillonarios, naturalmente). Cuando se les pregunta por qué, Musk argumenta que, en algún momento, se producirá una extinción masiva «y hay que tener un plan B», mientras que Bezos explica: «Siempre he sido un soñador y mi mamá me enseñó a apuntar a las estrellas» (sic). A mí, qué quieren que les diga, me gustaban más los truenos de antes. Al menos sus egoísmos, soberbias e hipocresías redundaban en beneficios para el resto de nosotros, pobres mortales.

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2021-07-25T07:00:00.0000000Z

2021-07-25T07:00:00.0000000Z

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