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Sueño en la noche de San Juan

MARÍA DEL PILAR ESTEBAN

Sonámbula despertaba la mañana, perezosa, casi sin ganas. El sol se adivinaba detrás de las nubes que presagiaban lo peor: un día sin sol.

Sara era inquieta, activa y un poco rara: soñaba con tocar un rayo de sol y aquel día era gris. Había pactado con su madre que lo conseguiría, pero la naturaleza no estaba de su parte, aquellos cúmulos no la dejarían cumplir su promesa. No quería perder su vida, tenía que pensar cómo hacerlo.

Le encantaba el teatro, ser otras personas, interpretar, eso la hacía feliz, sabía que ese era su lugar en el mundo, actuar. Sus padres preferían que hiciese una licenciatura más común –para tener un puesto y lugar en la sociedad– pero ella no había nacido para eso, lo suyo era desarrollar su imaginación y creatividad. Le hizo jurar a su madre que si conseguía tocar un rayo de sol –de ese amanecer– la dejaría estudiar Arte Dramático y Escenografía.

Cogió de su armario el disfraz de flor, con el que había representado en el instituto ‘Sueño de una noche de verano’, su última función antes de ir a la Universidad. Estuvo sentada en el suelo con el disfraz entre las manos bastante tiempo, lo acariciaba sin parar, esperaba encontrar una señal, una idea de cómo poder hacerlo. Se vistió con él, bajó a la calle y comenzó a correr hacia el este. Corría entre los edificios, cruzando calles, un poco desorientada; tenía que salir de allí, en la ciudad nunca sería posible, los enormes edificios taparían la trayectoria de los rayos. Corrió hasta encontrarse fuera de la urbe.

Paró para coger aire, todo estaba en silencio, por un instante se sintió sola, la única persona despierta, porque durante el recorrido no se cruzó con nadie. Miró a su alrededor, estaba en una meseta rodeada de colinas. El relinchar de un caballo la sacó de aquel momento de intimidad. Se guio por los relinchos que emitía para encontrarlo. Allí estaba, solo, tranquilo, atado a un árbol; se acercó despacito pensando que su disfraz lo asustaría, pero no fue así; lo acarició varias veces pasando su mano despacio por toda la crin y pudo montarse sin ningún problema. Le hincó bien las rodillas para darle la orden de galopar directo hacia el amanecer.

El astro rey estaba prisionero, las nubes le tapaban el paso, no podía ver el rayo que necesitaba, ni rastro del sol. El camino cambió de repente, no podía seguir a caballo, un cerro se levantaba delante de ella como algo inexpugnable; abundaban las piedras, lo que hacía que el caballo resbalara; se bajó y continuó a pie. En algunas zonas del trayecto tenía que agarrarse a las plantas y piedras; sin dudar, trepó con mucho cuidado para no caerse ni retroceder. Iba muy justa de tiempo, si no llegaba al primer rayo, perdería la elección de su futuro; si conseguía subir aquel cerro estaría más cerca del sol, de su sueño.

Alcanzó la cima, levantó sus brazos y dirigió su mirada hacia el amanecer esperando que surgiera la magia, se había esforzado mucho para lograrlo.

Las nubes no se apartaban, se dejó vencer, exhausta, derrotada, cansada, débil; se tumbó en el suelo y pidió, con un tremendo grito de desesperación, que apareciera:

«¡¡SOOOL!!»

Al hacerlo, todo su cuerpo convulsionó.

Se acercaba el final, le había prometido a su madre que sería bañada por el primer rayo y ya estaba amaneciendo. Cerró los ojos, pensó por un segundo que no estudiaría lo que tanto deseaba, iba a perder.

Al abrirlos de nuevo, vio cómo, de entre las nubes, aquel único rayo comenzó a iluminarla por los pies. Recordó su excursión a los restos arqueológicos de los Íberos, el Oppidum del Puente Tablas, en Jaén. El sol iluminaba aquella piedra, ‘La Diosa Madre’, poco a poco, como ahora lo hacía con ella. Se sintió feliz, lo había conseguido. En su cara se atisbó una tenue sonrisa.

Veía, parpadeando, cómo las nubes se retiraban y comenzaba a ver la luz, era tan radiante que molestaba mirarla. Empezó a entrar en calor. Un pitido le hizo girar la cabeza a su izquierda, allí estaba su madre de rodillas, tenía cogida su mano que no dejaba de besar, lloraba desconsolada y repetía:

–¡Mi vida, lo has conseguido, lo has conseguido! ¡Sara, hija, eres muy fuerte! ¡Sabía que no te marcharías! ¡Te quiero!

Las luces de la ambulancia la cegaban, la mascarilla de oxígeno la molestaba, los parches del desfibrilador pegados en su pecho le hicieron ver la situación. Quiso levantarse y no pudo, su cuerpo era pesado, muy pesado.

Una voz de hombre comenzó a decirle:

–No te muevas, tranquila, vamos a cogerte, te tumbaremos en esa camilla, te llevamos al hospital. Ya ha pasado lo peor, te pondrás bien, tranquila, tranquila.

Cerró los ojos, un destello le hizo recordar que iba con su madre en el coche, se dirigían al pueblo de al lado, esa mañana representaban la obra de teatro ‘Sueño de una noche de verano’, como colofón a sus estudios de Bachillerato. Era la encargada de llevar el vestuario; de repente, un precioso caballo invadió la carretera, se vio pisando el freno.

Era el amanecer tras la noche de San Juan, la noche más mágica del año.

GRANADA

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2021-08-01T07:00:00.0000000Z

2021-08-01T07:00:00.0000000Z

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