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«Largaos, políticos, largaos»

El golpe del presidente se beneficia del ‘degagismo’, la postura de aireado desencanto de los tunecinos provocado por una fracasada clase dirigente

GERARDO ELORRIAGA

La ilusión y la consiguiente decepción han guiado la política tunecina a lo largo de la última década. Partidos y dirigentes locales se antojan cometas de estela brillante, pero corta, respaldados y devorados por una opinión pública anhelante de cambios y soluciones a corto plazo que no llegan. Aupados y defenestrados, el hartazgo ante las promesas incumplidas ha llevado a las calles, una vez más, a una masa harta de su incapacidad y que demanda que, lisa y llanamente, se vayan. ‘¡Largaos! o ‘Dégage!’ fue el grito de guerra de quienes reclamaban en 2011 la partida del dictador Zine el-Abidine Ben Alí y ha permanecido como lema colectivo para expresar la demanda de continuo recambio. Esa postura de airado desencanto se conoce ya como ‘degagismo’, término acuñado por el líder izquierdista francés Jean-Luc Mélenchon.

Los resultados de los comicios celebrados en este periodo avalan la teoría de los efímeros cuerpos celestes. Así, Nidaa Tounes, la UCD nativa, fue creado en 2012, obtuvo la mayoría en las elecciones legislativas de 2014 con el 38% de los votos y 86 escaños y, cinco años después, se desplomaba al retener tan sólo el 1,5% de los sufragios y 3 puestos en la Asamblea de Representantes del Pueblo.

La frustrada alianza pretendía incorporar a todo el espectro ideológico laico y dar batalla a Ennahdha, la formación islamista, que tampoco se ha podido zafar del ‘degagismo’. Abdelfatah Mourou, su candidato presidencial, se hizo con el 37% de las papeletas en la cita de 2011, el 27% en 2014 y menos del 13% en la convocatoria de 2019. Esa cita sirvió para el meteórico ascenso del partido Qalb Tounes, convertido en oposición y dirigido por Nabil Karoui, magnate de la televisión que permanece en prisión a la espera de ser juzgado por malversación y lavado de dinero.

La breve esperanza de vida de los partidos tunecinos también incide en su proliferación. Como aspirantes prestos a asumir su rol de reemplazo, una veintena de siglas concurre en la heterogénea Asamblea de Representantes. El resultado es una mecánica parlamentaria compleja donde resulta muy difícil hacerse con las mayorías necesarias para sacar adelante proyectos legislativos. Los requerimientos de infraestructuras, servicios básicos y empleo no han sido satisfechos.

La crisis sanitaria se ha sumado al desencanto de los tunecinos. Pero no sólo por la incapacidad para responder a la demanda hospitalaria o el caos de las vacunaciones. La pandemia ha paralizado el flujo turístico y obligado tanto a la interrupción del comercio dentro del territorio como al cierre intermitente de las fronteras con Argelia y Libia, focos de contrabando. Estas medidas han agudizado la penuria de una población que vive mayoritariamente de la economía informal y que sufre tasas de desempleo juvenil superiores al 35%. El resultado es un incremento de los ‘harraga’, los emigrantes que queman sus documentos de identidad antes de embarcar para una travesía que concluirán, en el mejor de los casos, en la isla italiana de Lampedusa.

Sin inmunidad

La irrupción de Kaïs Saied se ha beneficiado del rápido relevo en las ilusiones políticas y de la falta de horizontes laborales. Ahora bien, el respaldo de buena parte de la población a su arriesgado golpe al Gobierno también conlleva un crédito a corto plazo. El primer problema puede tener lugar dentro de un mes, cuando finalice el periodo de suspensión de las actividades de la Asamblea y, posiblemente, los diputados progubernamentales pretendan reanudar sus sesiones.

El levantamiento de su inmunidad permite las detenciones de los contrarios y provocar una crisis mayúscula. La inexistencia del Tribunal Constitucional, teórico árbitro de la situación, complica una solución que impida el enfrentamiento. El presidente tendrá, además, que luchar contra la presión extranjera que reclama la restitución del orden institucional.

El régimen tiene en su contra a Turquía y Qatar, aliados de Ennhadha, partido que se inspiró en el credo de los Hermanos Musulmanes, pero que ahora reivindica el modelo otomano del Partido de la Justicia y el Desarrollo, la entidad que lidera Recep Tayyip Erdogan. El aliado natural de Sayed parece ser el régimen del egipcio Abdelfatah elSisi, experto en interrumpir zozobrantes procesos electorales. No obstante, las diferencias son relevantes, ya que el presidente tunecino contó con la disciplina militar sin que haya constancia de un apoyo conspirativo previo.

El enemigo está dentro

La cúpula castrense ha permanecido, hasta ahora, prudentemente ajena al proceso político que ha vivido el país, implicada en salvaguardarlo de las amenazas exteriores. Las Fuerzas Armadas han estado muy ocupadas con el control de la frontera libia. El apoyo logístico estadounidense y alemán ha sido determinante para impedir la expansión del caos existente al otro lado. Las tropas vigilan los 460 kilómetros del límite oriental con sistemas electrónicos, drones y un cuerpo especializado denominado Groupement Territorial Saherien. En cualquier caso, el enemigo ya está dentro. The Soufan Group, una consultora de seguridad, afirmó que Túnez, con más de 4.000 voluntarios, fue el cuarto proveedor de milicianos al conflicto sirio y muchos han regresado.

El reto del presidente es inmenso. Sus primeras declaraciones han apuntado hacia la corrupción, tal vez buscando el aplauso de una población unida ante esta lacra. Pero resulta difícil abordarla en profundidad porque atenaza a toda la Administración, desde las mordidas de los funcionarios más bajos a la gestión de las empresas nacionales, según el Inlucc, el organismo estatal que la combate. Los otros desafíos, como la reactivación económica, requieren de ayuda extranjera y la aplicación de propuestas tan antipopulares como la desaparición de los subsidios al combustible o alimentos básicos. El ‘degagismo’ no ha desaparecido. Las masas pueden volver a la calle a forzar el reemplazo. Saied se antoja su próxima víctima y, entonces, posiblemente, nadie podrá sustituirlo.

Las masas pueden volver a la calle a forzar el reemplazo. Saied se antoja su próxima víctima y nadie podrá sustituirlo

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2021-08-01T07:00:00.0000000Z

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