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Cuando al pedalo se subía con boina

ÓSCAR B. DE OTÁLORA

Hay elementos consustanciales a la playa de veraneo como los chiringuitos, la sombrilla o el balón hinchable de Nivea. Y también los pedalos. Es casi un rito de la infancia haber subido a una de estas bicis náuticas –con tobogán o sin él– vigilando el reloj para que no se pase la hora de alquiler.

Esta embarcación es la creación del guipuzcoano Ramón Barea, un inventor que adosó una bicicleta a dos flotadores y conectó la cadena a una rueda de palas similar a la de las embarcaciones que surcaban el Misisipi. Su creación fue un éxito. Este talentoso hojalatero patentó su diseño con el nombre de hidropedal en junio de 1893 y poco tiempo después fue galardonado con la Medalla de Oro de la Academia de las Ciencias de Francia. El modelo original, que pesaba 43 kilos y podía alcanzar los diez kilómetros por hora, se mostró por primera vez en la Exposición Universal de París de 1900.

El otro invento español que se presentó al certamen de la capital gala tiene el sugerente nombre de ‘excitador eléctrico universal’. Pese a sonar como el apellido del ‘Satisfyer’ era un aparato creado por un sacerdote zamorano para hacer demostraciones con la energía electroestática. Fue el pedalo el que se ganó la posteridad.

Las primeras imágenes de Barea en su hidropedal revelan cómo se entendía la playa a finales del XIX. Si ahora a un pedalo se sube con bañador y tatuajes, el inventor surcó la bahía de la Concha con traje, chaleco, corbata y una rotunda boina calada hasta las cejas.

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2021-08-01T07:00:00.0000000Z

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