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CINE DE ESTÍO

UNA PEQUEÑA CORRESPONDENCIA QUE VIAJA POR LOS TÓPICOS DE LAS VACACIONES CON LOS CINES DE VERANO COMO PRETEXTO

MARTÍN AROCENA / ANDREA MORÁN

Estimada: La primera vez que me tiré en una piscina casi no salgo. Alguien en el penúltimo segundo sacó mi cuerpo enclenque de un tirón. En la ciudad donde vivía el río era todo el universo en vacaciones. Entre los sauces antiguos que lo bordeaban, las tardes de verano se perdían en los trampones, la pequeña presa que contenía el cauce y hacía posible manejarse en el agua verdosa y perpetuamente fría. Se hacía pie y yo creía que sabía nadar. Por eso, cuando en un primer verano se abrió la piscina pública, aquella agitación esquizoide de brazos y piernas que me había sobrado para el río me condenó al fondo y desde allí a la angustia. En el pueblo somos España vaciada y sin piscina. Durante el año quedan poco más de diez vecinos –y cien casas huecas–, todos de más de ochenta años, que miran el agua de refilón hasta en la ducha. Por eso hoy, en la noche, en la charca, era casi un delirio acompañar el viaje psicótico de Ned Merrill por el mundo casi subterráneo de ambición y fracaso que inventaron Burt Lancaster, John Cheever y Fran Perry en ‘El nadador’. Otra angustia. Con mi mejor brazada, muy tuyo.

Querido: No sabes lo afortunado que eres al poder recordar tu debut en una piscina, aunque fuera así de traumático. Yo no conservo recuerdos de infancia de antes de los cuatro, cinco años, y por eso siempre envidio a los que os podéis remontar hasta las primeras veces de casi cualquier cosa. Ahora pienso que, después de recordar, toca conseguir que te crean. Ayer, a pesar de que hacía 40 grados a la sombra, se me heló la sangre viendo ‘De repente, el último verano’, de Joseph L. Mankiewicz. El personaje de Elisabeth Taylor está encerrada en un psiquiátrico, creen que se está volviendo loca: le asaltan imágenes de la muerte de su primo Sebastian, un asesinato caníbal, horrible, que ella misma presenció mientras estaban de vacaciones en el Mediterráneo. Para su tía, una viuda ricachona a la que no le interesa que se sepa la verdad, todo eso son meras alucinaciones. Para el médico, en cambio, lo que Catherine experimenta son recuerdos, unos tan puros y fiables como la certeza de ver agua en la piscina y saber que puedes tirarte, que te creerán. Aquí, amigo, siempre haremos pie.

VIVIR

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2021-08-01T07:00:00.0000000Z

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