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Kobayashi decapitado

que en su momento no era pecado, las penas más rigurosas sin que los abogados hayan hecho acto de presencia. Es naturalizar la condena sumarísima de un individuo por hechos que no eran delito, ni falta, ni un grave problema cuando se llevaron a cabo. Es abominable.

Aquí en España intentaron hacer algo parecido con Robert Bodegas por un chiste de gitanos rescatado de las videotecas, por suerte sin éxito, pero unos años antes habían echado de “El País” al cineasta Nacho Vigalondo por una broma absolutamente infantil sobre el Holocausto que en realidad era un chiste sobre sí mismo. De Estados Unidos mejor será no hablar: recientemente dinamitaron la carrera del actor Armie Hammer por unas fantasías sexuales sobre canibalismo y sadomasoquismo, y a diario se suceden las historias delirantes en el marco de la cultura de la cancelación. No es extraño que una de las organizaciones judías que con más saña ha pedido al cabeza de Kobayashi tenga su sede en Los Ángeles.

Kobayashi ha pedido perdón y ha puesto una excusa. Dice que en aquel momento atravesaba una crisis creativa y que buscaba la provocación, por falta de ideas. Puede que sea cierto. El chiste no está a la altura de los de Woody Allen. Quizás Kobayashi sea sincero. Pero no puedo evitar acordarme de “Hombres porno en el planeta salmonela”, el descomunal libro de cuentos de su compatriota Yasutaka Tsuitsui, famoso por una clase de provocación literaria que lleva décadas poniendo a Japón en la postura del perrito a base de sacudir las estrechas convenciones morales de su sociedad. En uno de los cuentos, escuadrones de amas de casa rabiosas persiguen a los últimos fumadores de Japón para descuartizarlos por su suciedad moral. Ya no distingo la distopía de la realidad.

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2021-07-27T07:00:00.0000000Z

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https://lectura.kioskoymas.com/article/282364042709492

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