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El presidente de Túnez se hace con el control del país tras destituir al Gobierno

Saied justifica su decisión en la extrema tensión social que vive la población mientras la oposición denuncia un «golpe de Estado»

GERARDO ELORRIAGA

La existencia de un ‘peligro inminente’ ha sido el argumento esgrimido por el presidente tunecino, Kais Saied, para destituir al primer ministro, Hichem Mechichi, a los titulares de Defensa y Justicia y suspender la actividad parlamentaria. Este supuesto, incluido en el artículo 80 de la Constitución, le permite interrumpir los trabajos de la Asamblea durante treinta días, pero no disolverla, medida que tomó ayer en paralelo a la deposición del jefe del Ejecutivo.

La iniciativa se produce como respuesta a la situación de extrema tensión que vive el país, afectado por una tremenda crisis sanitaria y el malestar social generado por la recesión económica. Saied ha utilizado este caldo de cultivo para asumir el control político. En un discurso televisado ayer, el dirigente prometió el nombramiento de un jefe de Gobierno y negó la naturaleza golpista de su decisión.

Las formaciones en el poder contestaron con un rechazo inmediato que denuncia el advenimiento de un Gobierno autoritario. El partido gobernante Ennahda, de orientación islamista, ha calificado la operación como «un golpe de Estado contra la revolución y la Constitución». Rached Ghannouchi, líder de la formación y presidente del Parlamento, aseguró que las decisiones adoptadas buscan «cambiar la naturaleza del régimen político en Túnez y transformarlo de un régimen democrático parlamentario en otro presidencial, individual y autoritario». Además, ha realizado un llamamiento al pueblo «para combatir» esta pretensión.

La crispación envuelve Túnez capital. El Ejército se ha desplegado en torno al edificio del Parlamento y la sede de la presidencia del Gobierno y a lo largo del día de ayer se produjeron enfrentamientos entre varios centenares de partidarios de Saied y de Ennahda. La decisión del primero parece motivada por el exacerbamiento de las protestas populares que el domingo pasado llevaron a miles de personas a las calles para corear consignas contra la clase política y demandar la disolución del Parlamento y el cambio de régimen. Estados Unidos mostró ayer su «preocupación» y pidió a Saied que respete los «principios democráticos». Francia exigió, por su parte, el retorno al «funcionamiento normal» de las instituciones.

El impacto del COVID-19 ha sido el detonante de una crisis sin resolver desde el advenimiento de la democracia. La Revolución del Jazmín fue la única manifestación de la Primavera Árabe que culminó con la instauración de un Estado de derecho, pero la coyuntura actual es pésima. Túnez se ha convertido en uno de los países africanos más perjudicados por la pandemia y sus servicios hospitalarios se hallan saturados.

Sedes incendiadas

El personal sanitario habla de «una situación catastrófica». El país, con 12 millones de habitantes, contabiliza 18.600 muertos y ha llegado a picos de más de 300 víctimas diarias. Hace una

LOS PROTAGONISTAS semana, el ministro de Salud, Fauzi Mahdi, fue destituido tras promover una campaña de vacunación indiscriminada sin cita previa durante dos días, proyecto que desembocó en el desastre absoluto. Tan solo el 8% de los tunecinos ha recibido la pauta completa.

La represión de las protestas del domingo exacerbaron los ánimos de los participantes y varias sedes de Ennahdha fueron incendiadas. Estos incidentes evidencian la ira por la pésima gestión de la pandemia, pero también el hartazgo de una población decepcionada por la falta de soluciones, la corrupción administrativa y el desempleo, que afecta a la mitad del colectivo juvenil.

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2021-07-27T07:00:00.0000000Z

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