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¿Qué esperamos de un domingo?

Por Isabel Coixet www.xlsemanal.com/firmas Instagram: Isabel.Coixet

las aspiraciones y las expectativas nos empujan a vivir y nos arruinan la vida. No hay dicotomía mayor que ésta. Si se es perfeccionista, hay un látigo de siete colas esperándonos en cada acto cotidiano, desde pergeñar un whatsapp hasta preparar una vinagreta o llenar el lavavajillas. Nada estará lo suficientemente bien para nuestro gusto, nada será suficiente. Y, sin embargo, nos levantaremos cada mañana con esa difusa ansiedad, ese mudo deseo de que hoy sí, hoy por fin la vinagreta saldrá perfecta, no sobrará un rincón en el lavavajillas, nuestros whatsapps van a tener la sabiduría de Juvenal, la enjundia de Voltaire, el humor de una viñeta del New Yorker. Pero esa noche, en el lecho, repasaremos implacablemente nuestros errores y la culebra fría de la lucidez nos recorrerá la espalda. Una vez más hemos fallado, una vez más la mañana nos sorprenderá con nuevas oportunidades para el intento y el error.

Los domingos de verano son los más traicioneros. Sol, calor, desayuno lánguido, prensa con las migas del cruasán del otro. ¿Qué hacer? ¿Dónde ir? Las mejores playas están lejos, las cercanas son un revoltijo de niños, turistas con resaca, chiringuitos llenando el aire de aceite de fritura y reggaeton genérico. «Así lo quiso el destino, mami». Los restaurantes

Es la 'reggaetonización' de la vida. La banda sonora del aceite de coco factor cero, el flotador en forma de unicornio y el envoltorio de Cornetto enterrado en la arena

con paella decente están a tope y no nos acordamos de reservar. Nunca nos acordamos y pasa esto. Se acerca el mediodía, nos entra la prisa; ¿qué hacemos aún en pijama?, nos vestimos rápidamente y salimos a la calle. Es la una y buscamos el lado de la sombra de las calles, andamos en zigzag, qué pereza. La sensación de que somos náufragos nos invade, no es una sensación desagradable, entra dentro de las sensaciones domingueras: la realidad y el deseo. Poca gente andando por este lado de la ciudad, muy poca. Todos deben de estar en la playa. «Deja que te cuente, no sales de mi mente». J. Balvin domina el aire de las playas españolas, así nos va. Es la 'reggaetonización' de la vida. La banda sonora del aceite de coco factor cero, el flotador en forma de unicornio y el envoltorio de Cornetto enterrado en la arena. Todas las terrazas están llenas, los camareros sobreexplotados sudan sobre la lechuga iceberg de las ensaladas de la casa, no dan abasto. Las terrazas que no están llenas tienen fotos de paella d’or y sangría barata. Preferimos las patatas fritas de un chiringuito belga, al menos los belgas hacen bien les frites y te dan diez salsas a escoger. Comer patatas fritas con salsa en un cucurucho por la calle es algo que sólo puede hacerse un domingo y lo estamos haciendo. Es hora de meterse en un cine y sumergirse en la oscuridad de la sala y una película francesa inane y distraída. Con qué naturalidad los franceses filman a gente discutiendo sentada a una mesa. En las películas españolas, los comensales mascan el silencio. Todos nos sentimos en el arquetipo equivocado y las salas de cine en verano son el último refugio de los domingueros perdidos. Al salir del cine, nos sorprende la luz del día que habíamos olvidado. El próximo domingo, si conseguimos despertarnos a tiempo, no estaremos aquí. ■

Firmas

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2021-07-25T07:00:00.0000000Z

2021-07-25T07:00:00.0000000Z

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