Primero denigraron el pliego por el que se debe regir la plaza de toros de Valencia durante los próximos años. A continuación, coherentes con esa línea, decidieron expandir la idea de que ningún empresario acudiría a la cita de licitación. Al final, ya se ha visto, la flor y nata del gremio, solos o con caballo blanco de por medio, ahí han estado para darle la razón a quienes sospechaban que, una vez más, la estrategia de acaparar cuota de mercado se impondría. Que lo que se ha venido comentando como conveniente, que no era otra cosa que contener las ofertas económicas en beneficio de una promoción de calidad, sin penalizar a los principales actores, no se ha logrado. El disparo del precio de salida, 150.000 euros hasta los 500.000 finales, a decir de la generalidad de ganaderos y toreros –y de las experiencias vividas–, no es razonable. Veremos si también los aficionados acaban sumándose al coro de repulsa. Sería penoso.

La demanda de quienes mantienen el espectáculo, que no son otros sino los que pasan por taquilla, es que se cumpla lo exigido y también lo prometido. Y, sobre todo, que el ganador del pliego, en este caso –a falta de ser ratificado por la diputación– la empresa Nautalia, capitaneada por Rafael Garcia Garrido, y su socio, el iconoclasta Simón Casas, a la hora de programar, promocionar y defender el buen nombre del palenque de la calle de Xàtiva, no pongan como pretexto el carro de su estrategia por delante de los bueyes que representan los intereses de esta bendita afición. Si así fuera, no se cumplirían los objetivos perseguidos de reconquistar clientela, fechas emblemáticas y prestigio, y, ahora más que nunca, ofrecer la imagen que la Tauromaquia y la historia de esta plaza demandan.

Ya solo cabe dar por bueno el aserto que dice que quien la lleva la entiende, confiar en que Nautalia sabrá afrontar con torería los retos anunciados, y que su órdago no tare los objetivos reseñados. Que su decisión sea para bien.