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Entrevista de MARTA CARREÑO. Departamento de Comunicación.

En los casi 30 años que lleva trabajando en Kenia, el padre José Luis Orpella ha puesto en marcha numerosos proyectos de desarrollo para mejorar la vida de las personas más necesitadas de la diócesis de Garissa, donde lleva a cabo su misión. Hablamos con José Luis, el niño que quiso ser artista, pero terminó trabajando como médico en Kenia donde, como nos dice, supo seguir «las pequeñas luces que le puso Dios en el camino» para convertirse en sacerdote.

¿Cómo ha evolucionado Kenia en estos años?

Kenia se ha desarrollado en los últimos 20 años, pero a costa de una gran deuda. Este crecimiento no se refleja a nivel de la persona de a pie. Los contrastes se ven claramente: existe una gran pobreza y una clase muy alta relacionada con los políticos.

En cuanto a Garissa, cuando te adentras en las zonas rurales, es como si el tiempo se hubiera parado hace cien años. La vida es el día a día, con tradiciones muy arraigadas y difícilmente cambiables. Las personas viven en pobreza absoluta, sin nada en los bolsillos, con el estómago vacío, sin una educación adecuada y, aunque inocentes, también son desconfiados. Pero con el trabajo constante y mucha paciencia se ha visto una mejoría general.

¿La cercanía a Somalia afecta a la convivencia diaria en Garissa? Más del 95 % de la población de la diócesis es de religión musulmana y de la etnia somalí, lo que influye mucho en todos los aspectos de la vida diaria. Por la inestabilidad en Somalia, muchas personas se refugian en el campo de Dadaab, uno de los más grandes del mundo, y esto afecta a la seguridad y a la convivencia en la región.

Además, el grupo islamista Al-Shabbaab está muy activo en Somalia y la frontera es un coladero de terroristas, sobre todo en el norte de la diócesis. Pero también es cierto que la inestabilidad depende de otros factores como la pobreza, la lucha de clanes somalíes y la política de la zona. Muchos kenianos se han alistado a las filas de los grupos yihadistas debido a la pobreza y la falta de trabajo. Es una mezcla de desesperación y de no tener nada que perder, junto al deseo de ser reconocido y la esperanza de ganar un sueldo.

En este contexto, ¿cuál es el papel de la Iglesia católica?

La Iglesia católica cumple un importante papel en esta difícil situación, siempre desde dos grandes frentes: la educación y el desarrollo. A nivel local estamos en contacto diario con la población musulmana en una simbiosis constructiva de ayuda mutua, sobre todo en los centros de salud, escuelas, programas de ayuda asistencial, proyectos agropecuarios, comida, etc. Por esta razón, la Iglesia católica está muy reconocida en esta región esencialmente islámica. Lo nuestro es ser testimonio del amor y la misericordia de Cristo sin, a veces, poder nombrarlo, pero que se hace realidad en el servicio al más necesitado.

No podemos dejar de preguntarle por la pandemia…

La pandemia del coronavirus ha empeorado una situación que de por sí ya era difícil. La restricción de movimientos ha disminuido el contacto con la gente, el abastecimiento de productos esenciales, las importaciones y la vida social y religiosa. Los niños y jóvenes han perdido mucho tiempo al estar las escuelas cerradas. Pero esta situación nos ha hecho buscar otras iniciativas para estar cerca de los que sufren.

También han aprendido a hacer frente a las emergencias por inundaciones y sequías.

El mayor aprendizaje de estas emergencias recurrentes ha sido el comprender la necesidad de no volver a esa situación y fortalecer a la población para que tome iniciativas de autoayuda y ahorro para estar más preparados ante inundaciones y sequías. En este sentido, a través de la oficina de desarrollo de la diócesis, estamos poniendo en pie estrategias de formación de las comunidades locales y de resiliencia ante desastres naturales.

De África se suele hablar poco, mal y generalizando, ¿a qué cree que se debe?

No me gustaría entrar en disquisiciones de política internacional ni en teorías demográficas y de un pasado colonial con más defectos que aciertos y, aunque en ciertos sectores se valora más una vida del primer mundo que la de un africano, prefiero quedarme con el principio de que Dios nos ha creado a todos iguales y con el respeto a la dignidad humana y luchar para que cada persona tenga las mismas oportunidades de desarrollo y participe de la construcción del mundo. De hecho, como ya se ha visto en algunos casos, África está ayudando al mundo y en los próximos años va a ser una parte esencial para la sostenibilidad del planeta.

¿Cómo animaría a la sociedad española a contagiarse de solidaridad?

Mi mensaje va al unísono con el de Manos Unidas ya que es mi experiencia de todos estos años en Kenia: cuanto más das, más recibes; cuanto más te sacrificas, más personas encuentras que te ayudan a levantarte; cuanto más solidario se es con las miserias humanas, más nos hacemos constructores de dignidad. Haciéndome eco de la encíclica del papa Francisco Fratelli Tutti, nuestra solidaridad nos hará más hermanos y más sensibles a una sociedad herida.

Así pues, animo a contagiarse de solidaridad y ser efectivos portadores de felicidad y de luz allá donde más se necesite ●

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2021-06-22T07:00:00.0000000Z

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