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Dos mujeres unidas por un mismo destino

Invitadas especiales de Campaña: Raquel Reynoso y Alicia Vacas

Texto de MARTA CARREÑO. Departamento de Comunicación.

Dos mujeres a quienes la vocación de ayuda a los más vulnerables llevó por la senda del compromiso. Dos mujeres que contagian solidaridad a cada paso y que han querido dar a conocer su testimonio en el lanzamiento de nuestra Campaña anual.

Nacer en una localidad minera marcó la vida de Raquel Reynoso, la niña que recogía pirita junto a sus amigas, atraídas por el resplandor de un mineral que veían como «un tesoro»; tesoro por el que los habitantes de la zona tuvieron que pagar un precio muy alto. «Cuando regresé a Cerro de Pasco, después de mis estudios en Lima, comprobé el desastre ecológico que había provocado la explotación de minerales…», nos cuenta Reynoso, invitada en la Campaña de 2021 de Manos Unidas para hablar de su trabajo como defensora de los derechos humanos en su Perú natal.

Además, vivir de cerca la violencia en el seno de la familia y la discriminación por el mero hecho de ser mujer, llevó a Reynoso a involucrarse en programas de apoyo social, en organismos de derechos humanos y en diversos voluntariados. «Me costó mucho pero finalmente tomé conciencia de que aquello que no se nombra no existe… Y que no es posible que, siendo las mujeres la mitad de la población mundial, no tengamos las mismas oportunidades y derechos que los varones», explica la presidenta de la Asociación Servicios Educativos Rurales, socio local de Manos Unidas en el país andino.

La discriminación, la violencia y la falta de derechos las padecen, multiplicadas, las comunidades indígenas de Ayacucho

con las que trabaja. La región sufrió especialmente el conflicto armado interno que dejó en todo el país unas 69.000 víctimas mortales y miles de desaparecidos, fundamentalmente campesinos quechuahablantes. Reynoso explica cómo el conflicto marcó para siempre a miles de mujeres: «Ellas, como es habitual, se llevaron la peor parte. Y, por si fuera poco, estas mujeres sufrieron esterilizaciones forzadas. Más de 270.000 fueron esterilizadas sin su consentimiento y tratadas como objetos durante el gobierno de Fujimori», denuncia.

Ellas, mujeres valientes, con una capacidad de resiliencia que han vuelto a demostrar en la pandemia, son el caballo de batalla de Raquel Reynoso. «Veinte años después, siguen siendo discriminadas y siguen esperando la verdad, la justicia y la reparación», revela la trabajadora social peruana. Reynoso se muestra orgullosa de trabajar junto a Manos Unidas «en la capacitación de estas mujeres violentadas y discriminadas, que se hacen cargo de su familia y de las tierras de cultivo y animales menores cuando los hombres migran a zonas urbanas en busca de mayores ingresos. Ellas y sus familias y comunidades han tenido que enfrentar la pandemia en situaciones muy deplorables, pero nos han demostrado que, con solidaridad, todo es posible», asegura.

La solidaridad y la esperanza es lo que mueve cada día al proyecto Kuchinate, surgido en Israel con el fin de apoyar a mujeres eritreas que huyen del hambre y la pobreza en su país y se dan de bruces con las férreas políticas de inmigración israelíes. Alicia Vacas, responsable de las Misioneras Combonianas para Oriente Medio y Asia, trabaja en la defensa de los derechos de los colectivos más desfavorecidos (migrantes africanos, mujeres en busca de asilo, población palestina y beduinos) y conoce el drama de estas mujeres que, tras un terrible periplo por el desierto del Sinaí, «un infierno de tortura y extorsiones», llegan a Israel «para encontrarse con políticas que les niegan el reconocimiento como refugiadas y las condenan a la marginación».

«Cuando nuestros caminos se cruzaron con los de estas mujeres en la clínica que atienden los Médicos por los Derechos Humanos en Tel-Aviv, solo pensábamos en protegerlas y cuidarlas, porque nos abrumaban sus historias, y porque nadie merece pasar por lo que ellas han pasado», explica la misionera vallisoletana. No fue fácil sanar las heridas físicas de estas mujeres y menos aún las del corazón. Pero el empeño de quienes las conocieron hicieron posible el nacimiento de Kuchinate, la iniciativa que la hermana Vacas define como «el encuentro de personas dispares y de una herida abierta; una herida que puede encontrarse con características casi idénticas en muchos países».

«En tigriña, la lengua que se habla en Eritrea, Kuchinate significa “ganchillo” y es hoy un proyecto psicosocial que trabaja para empoderar a más de 300 mujeres víctimas de las mafias de la trata de personas y a sus hijos», describe la misionera. Reunirse para hacer ganchillo es la mejor terapia para estas mujeres que, juntas, intentan superar los traumas del pasado. Tejiendo y hablando enfrentan miedos y traumas y se sienten capaces de abordar lo que la vida les ponga por delante, «por ellas y, sobre todo, por sus hijos».

Alicia Vacas ha sido testigo de cómo la pandemia ha amenazado con dar al traste con mucho de lo conseguido estos años. «Durante los sucesivos confinamientos que ha sufrido Israel, estas mujeres han padecido lo indecible, pero su sufrimiento ha desencadenado un vendaval de solidaridad para acompañar y sostener a las familias más vulnerables. Y de este tsunami de solidaridad ha sido parte, como siempre, Manos Unidas» ●

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2021-06-22T07:00:00.0000000Z

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