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¿Arte degenerado?

LUCÍA LIJTMAER Lucía Lijtmaer es escritora y crítica cultural.

Hace unos años, Nan Goldin me salvó. No la conozco, no creo que la conozca jamás, pero la fotógrafa más importante de la segunda mitad del siglo XX me sacó de un ánimo muy triste. Recuerdo perfectamente el momento y el lugar: estaba en una exposición dedicada a ella en el Museo Tamayo de Ciudad de México, y, tras ver varias fotografías, me metí en la sala donde se proyectaban sus famosas películas, en las que edita las imágenes con música, siguiendo un orden personal, que va cambiando dependiendo de la época. Se sucedieron rostros pálidos en baños, brazos y piernas delgados y jóvenes en posiciones diversas, sonrisas felices pintadas de carmín, cigarrillos, tutús rojos, ojeras, y todo aquello que constituye el universo de la autora. Sonaba la voz grave y triste de Marianne Faithfull y, de repente, como si se tratara de una pompa de jabón, mi tristeza se elevó, ligera, separada de mí, y desapareció. No hay otra manera de explicar, para mí, la trascendencia del arte. Que el lenguaje de algo que alguien ha creado te modifique, de la manera que sea, es una de las experiencias más importantes que te puede pasar como ser humano, creo.

Y también una de las más especiales. No sucede a menudo. De hecho, sucede cada vez menos en tiempos de sobresaturación informativa y en los que la espectacularidad y la búsqueda constante de dopamina nos insensibilizan y distancian de aquello creado por los demás.

En los últimos días, Stephen King ha sido víctima de la ley 1069, y se han retirado varios de sus libros de las bibliotecas de escuelas públicas de Florida, entre ellos Carrie, It y La larga marcha. La ley, como informaba recientemente The Guardian, exige que cada junta de distrito escolar sea responsable del contenido de todos los materiales de instrucción u otros materiales utilizados en clases, bibliotecas o material de lectura. Lo fundamental es que la ley obliga a que se establezca un mecanismo para que los padres puedan objetar cualquier cosa que consideren pornográfica o inapropiada. Define los libros sujetos a eliminación como aquellos que “representan o describen conductas sexuales” o que son “inapropiados para el nivel de grado y grupo de edad” de los estudiantes de la escuela. La horquilla de edad sobre la que se regulan los materiales escolares llega hasta los 18 años.

Resulta impactante comprobar que la ley se ha transformado en una lista de autores peligrosos, que recuerda a alguna famosa exposición calificada como Entartete Kunst o “arte degenerado” de 1937. Como relataba la organización literaria Pen America en un comunicado, la mayoría de los libros eliminados son los que “hablan sobre identidades LGBTQ+, que incluyen personas negras, que hablan sobre raza y racismo y que incluyen representaciones de experiencias sexuales en su interpretación más amplia”. Entre los libros eliminados se encuentran Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway; Ojos azules, de Toni Morrison, y Anna Karenina, de León Tolstói. El informe realizado por la organización detalla que algunas escuelas han vetado libros que incluyan la frase “hacer el amor”, por ejemplo, sin considerar el contexto del libro en su conjunto.

La mayoría de aquellos que elaboran listas de libros “peligrosos o pornográficos” intentan utilizar la ley de obscenidad y una retórica de terror social sobre la “pornografía en las escuelas” para justificar la prohibición de libros sobre violencia sexual y temas LGBTQ+. También se centran en particular en libros escritos por mujeres o personas trans, se oponen públicamente a la noción del racismo estructural y apelan al fantasma de la “ideología woke”. En definitiva, rechazan un concepto de biblioteca pública diversa y plural.

La ley es un despropósito en su concepción, pero también en su ejecución. Permite que cualquier residente de Florida pueda vetar títulos de las bibliotecas escolares si los considera pornográficos, obscenos o inadecuados. Tal y como explica el Miami Herald, el gobernador Ron DeSantis se apresuró a aprobar proyectos de ley mal redactados que no fueron examinados adecuadamente. O, quizás, con una vaguedad intencionada. Los correos electrónicos a los que accedió ese periódico intercambiados entre abogados de distritos escolares y la Asociación de Superintendentes Escolares de los distritos de Florida lo demuestran. El superintendente es una figura clave educativa, con poder administrativo, que media entre el consejo de educación y la comunidad. Según el estatuto de Florida, los bibliotecarios y educadores podrían afrontar cargos por delitos graves de tercer grado si “a sabiendas” distribuyen contenido que sea perjudicial para los estudiantes, así que, algunos, aterrados, prefieren recurrir a la autocensura antes de enfrentarse a un posible juicio.

El resultado es que muchos de los materiales que ahora son atacados por su contenido sexual no están siendo evaluados de acuerdo con la definición legal existente de obscenidad. En la prisa por etiquetar todo como obsceno, por ejemplo, el Diccionario elemental Merriam-Webster ha sido retirado de bibliotecas, a pesar de su evidente valor literario o educativo. Cualquier obra puede estar sujeta al veto.

Recordemos que Florida no es un caso aislado, ya que este tipo de iniciativas forman parte de una campaña a nivel nacional. Durante los últimos dos años y medio se han registrado retiradas de libros en 42 Estados, en distritos tanto demócratas como republicanos. En los últimos meses, en Utah se ha podido comprobar que puede haber versiones más duras de este tipo de leyes que la que prevalece ahora en Florida. Utah es el único Estado en el que —hasta ahora— se exige la retirada de todos los ejemplares de un libro en absolutamente todas las escuelas públicas, y no usa el criterio por distritos. La mayoría de los libros vetados en Utah tienen en común las representaciones sobre sexo en cualquier ámbito y en su concepción más amplia.

La Asociación de Bibliotecas de EE UU lleva años alertando del aumento de intento de censurar y prohibir la adquisición de ciertos libros en bibliotecas escolares y bibliotecas públicas. Como ya escribí, en su mayoría se trata de campañas orquestadas por políticos republicanos y grupos extremistas neofascistas, como los Proud Boys.

Pero ahora la campaña se acelera. Las familias conservadoras parecen estar tomando esa idea de arte degenerado que mencionaba al inicio, ese Entartete Kunst que puso nombre a una exposición en Múnich en julio de 1937 y que acabó describiendo al arte moderno que fue despreciado y prohibido por los nazis.

De momento, varios grupos editoriales, incluidos Penguin Random House, Hachette, HarperCollins, Macmillan, Simon & Schuster y Sourcebooks, han iniciado una demanda judicial contra el Estado de Florida por considerar que las disposiciones de la ley son inconstitucionales y que atentan contra la libertad de expresión. Con esta acción judicial, señalaron, buscan devolver la capacidad de docentes y bibliotecarios para evaluar los libros. Mientras repaso la lista de títulos, recuerdo a mi amiga escritora que descubrió la lectura gracias a Stephen King en una biblioteca pública con Carrie. Es la misma que recordaba la metáfora de los higos en La campana de cristal, de Sylvia Plath, un libro prohibido desde los años setenta en Indiana por su lenguaje “profano”. De aquel polvo, estos lodos.

Pienso en todo lo que no leerán, todo a lo que no estarán expuestos esos adolescentes, aquello que nos estremece, que nos marca, que nos hace mejores. Pienso en los que señalan, en la idea del arte degenerado, esa idea en sí inmoral, depravada, un espejo oscuro de todos esos fanáticos que ahora sacan su zarpa.

La campaña reaccionaria para censurar libros en bibliotecas y colegios de Estados Unidos se está acelerando

OPINIÓN

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2024-09-23T07:00:00.0000000Z

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https://lectura.kioskoymas.com/article/281638195604859

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