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La ideología puede impedir que disfrutemos del arte

CARMEN DOMINGO Carmen Domingo es escritora, autora de Cancelado (Círculo de Tiza).

La muerte de Alain Delon y los comentarios sobre su ideología —votante del Frente Nacional y declarado homófobo— han abierto de nuevo el debate sobre la diferenciación entre el artista y su obra. Si me planteara si debemos leer a Flaubert, Wilde o Baudelaire, el primero acusado por elogiar el adulterio, el segundo juzgado por su homosexualidad, y el tercero, por algunos de sus poemas de Las flores del mal, seguramente dirían de mí, siendo suaves, que soy una reaccionaria. La cosa cambiaría, si mi planteamiento hiciera referencia a Roman Polanski, Michael Jackson, Richard Wagner, Martin Heidegger o Pablo Ruiz Picasso. Ahí seguro que encontraría más consenso, que abogaría por aplicarles la tan manida cultura de la cancelación. Quizás hago trampa: mientras los primeros no atentaron, físicamente se entiende, contra nadie, los segundos sí: antisemitismo, violencia machista… Pero no es menos cierto que los últimos, en su época, no tuvieron la misma consideración que analizados con ojos actuales. En definitiva, la moral de la época determina las formas de condena.

¿Juzgamos al autor con los ojos del momento en el que vivió o con ojos contemporáneos? ¿Aplicamos sanciones morales con carácter retroactivo? ¿Debemos creer que las obras —magistrales— deben invalidarse porque su autor sea un ser despreciable? Dicho de otro modo: ¿la vida del autor desautoriza su obra? Es cierto que las relaciones entre autor y obra son estrechas, pero no lo es menos que no podamos juzgar a los creadores por sus vidas, sino por sus obras. Imaginar un mundo de la creación construido por “personas de bien” no solo es ingenuo, sino, diría, incluso nefasto para la creación. La ética, como la ideología, no son garantía de calidad estética. Ni que decir tiene que, de otro modo, tendríamos un mundo lleno de genios.

¿Debemos, pues, separar la obra de su autor? ¿Nos sentimos intranquilos si apreciamos, disfrutamos o valoramos la obra de alguien en las antípodas de nuestro pensamiento? ¿Viviríamos en un mundo mejor si no disfrutáramos del Guernica o si no volviéramos a visionar alguna película de Polanski o Delon? En cualquiera de esos ejemplos, las obras no pueden desligarse ni de su contexto ni de su autor. De hacerlo, incluso podríamos llegar a no entenderlas. Esa interpretación nos hace reconocer que en ese momento el mundo era racista, antisemita o sexista y era tolerable.

En pleno siglo XXI, el análisis no se queda en lo contemporáneo, sino que revisa el pasado con ojos de hoy, y una tiene la sensación de que se quiere forzar una reescritura que —espero que de forma involuntaria— nos acerca a aplicar la voluntad autoritaria que se ha criticado antes. Pero la censura y las cancelaciones —históricamente asociadas a la derecha y que ahora surgen en sectores llamémosles progresistas— no resuelven ni la violencia, ni el machismo, ni el antisemitismo, ni el racismo, ni la pedofilia.

¿Podemos entonces imaginar un mundo futuro en el que estuviese sancionado socialmente o incluso fuera delito algo que hoy hacemos con regularidad? ¿Seríamos nosotros despreciables en ese futuro y nuestra obra, repudiable? ¿Qué debemos hacer, pues, con esas obras realizadas por personas que no comulgan con nuestras ideas, o que han cometido delitos según la ley actual? La respuesta a si nos acercamos a ellas o no, no puede ser solo un sí o un no. Aceptemos que la identificación de la obra con el autor jamás es completa (a veces se tiene intención de hacer una cosa y se acaba haciendo otra, o se quiere transmitir una idea y la recepción es la contraria). Quizás lo más sensato sería asumir, conocer y explicar la trayectoria de cada uno de los autores y que, sabido eso, se disfrutara sin más de la obra. Y ahora sí, asumamos que John Lennon confesó que pegaba a su mujer, que Lou Reed fue acusado de antisemitismo y racismo, que la relación de Picasso con las mujeres recomendaría no tenerlo como pareja, que Hemingway no parece la mejor de las compañías una noche de fiesta o que Alain Delon era homófobo y machista.

Llegados a este punto, y, conocedores de su vida, disfrutemos de las obras que ayudaron, de un modo u otro, a avanzar a la humanidad. Al menos yo seguiré disfrutando de un cuadro de Picasso, de una novela de Hemingway y de una película de Delon.

OPINIÓN

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2024-08-21T07:00:00.0000000Z

2024-08-21T07:00:00.0000000Z

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