O el toreo evoluciona o se perderá en la historia
CARLOS SAURA LEÓN Carlos Saura León es exdiputado de Podemos en el Parlament de Baleares y fue ponente de la ley balear de toros sin muerte.
En 2017 aprobamos en Baleares una ley conocida como “toros a la balear”. Impulsada por Podemos y respaldada por grupos como Més y el PSOE, su objetivo era claro: actuar en el margen de nuestras competencias para erradicar el sufrimiento y el ensañamiento en el espectáculo taurino en nuestra comunidad autónoma. Frente a ella, se alzaron los guardianes de una supuesta “cultura de Estado”, empeñados en elevar el sacrificio de un animal indefenso a la categoría de goce estético nacional. Una tradición legitimada por el peso de los siglos y las ansias de sangre de un público cada vez más escaso y envejecido.
Los argumentos que se esgrimieron entonces evitaron abordar lo esencial. Los taurinos —que, en el fondo, son los verdaderos antitaurinos— decían defender al toro, cuando en realidad lo condenaban al tormento. Quienes estamos a favor de los toros somos quienes no queremos verlos torturados hasta la muerte. Se habló de la extinción del toro de lidia, del carácter milenario del toreo o de las pérdidas económicas del sector. Pero no se dijo la verdad. Su objetivo justificaba cualquier medio, por deshonesto o tramposo que fuera.
El corazón del debate era y es que no conciben el toreo sin sufrimiento. Dicen que este sufrimiento sacralizado es indisociable del goce estético que provoca en los aficionados. Asimismo, defienden la idea de una pugna en igualdad entre el toro y el torero. Cosa que resulta muy difícil sostener: se trata de un enfrentamiento claramente desigual, en el que un ser humano —dotado de inteligencia y técnica— provoca la muerte del 99% de los toros entre vítores y “olés”, mientras que solo mueren, aproximadamente, dos de cada 10.000 participantes humanos en el espectáculo. Es, en realidad, una humillación ritualizada, un despotismo abusivo y cruel, una lenta agonía del animal, cuya fuerza se apaga entre desgarros y estocadas, hasta que cae fulminado. Esta es la esencia trágica de la tauromaquia de la que hablaba Ortega y Gasset, aunque solo resulta verdaderamente trágica —en el sentido más desdichado del término— para el toro. La tauromaquia ha sido durante mucho tiempo una vía para saciar una pulsión de muerte ancestral, envuelta en retórica estética. Sin embargo, cabe preguntarse si una sociedad responsable, democrática y madura puede permitirse un símbolo tan bárbaro y brutal como es el de la lidia con sangre. O si, por el contrario, debemos optar por avanzar hacia formas más amables. Ya que, como tantas otras prácticas antaño consideradas cultura, ha de enfrentarse a una disyuntiva: o evoluciona o será historia más pronto que tarde. La metafísica del toreo tradicional, dicen, necesita del dolor: sin sufrimiento, no hay rito. La sangre, los bramidos, el espasmo del cuerpo herido forman parte del espectáculo. Dicho esto, ¿por qué no habría de cambiar? ¿No han cambiado otras tradiciones? Si, como se dice, el arte del toreo reside en la danza entre toro y torero, ¿por qué no quieren los aficionados preservar esa expresión sin matar al animal? Esa sería la opción más equilibrada, ya que la sensibilidad social avanza hacia una ética más compasiva con todos los seres sintientes. Es obvio que el toreo irá cayendo por su propio peso. Pero si buscamos un término medio entre tradición y progreso, lo lógico sería que quienes aún defienden la lidia se adapten a los nuevos tiempos. Como sucede en Portugal, o como se ha aprobado recientemente en Ciudad de México: lidia sí, pero sin muerte.
La liturgia del toreo tradicional ha revestido durante siglos de solemnidad estética un sadismo de lenta agonía, disfrazándolo de cultura. Y, en efecto, desde un punto de vista antropológico, lo es. Pero la cultura no solo describe lo que hemos sido: también debe interpelarnos sobre lo que queremos —y debemos— ser. En una sociedad democrática, el legado no puede ser excusa para perpetuar la violencia. La tauromaquia, en su forma más cruda, no es más que una reliquia de la lógica patriarcal: dominio, sangre, sometimiento. Y quizás ha llegado el momento de que el arte deje de oler a muerte.
OPINIÓN
es-es
2025-05-07T07:00:00.0000000Z
2025-05-07T07:00:00.0000000Z
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