El calor extremo, factor de riesgo para la salud mental
Un estudio afirma que las hospitalizaciones psiquiátricas y el riesgo de suicidio aumentan en periodos de canícula
RODRIGO SANTODOMINGO
las temperaturas frisan o incluso superan los 40o, la vida se suspende y todo lo demás queda en segundo plano. Los telediarios abren con mapas teñidos de rojo y las conversaciones se llenan de adjetivos: insoportable, horrible, inhumano. Se expresa por doquier el anhelo de que esto acabe cuanto antes.
Más allá del rechazo casi unánime al calor extremo, parece que este, además, conlleva serios efectos negativos para la salud mental. Un metaanálisis de 2023 publicado en The Lancet halló “incrementos significativos en el riesgo de suicidio y las hospitalizaciones psiquiátricas en periodos con temperaturas anormalmente altas”, resume por videollamada su autora principal, Emma Lawrance, jefa de un grupo de trabajo que estudia los vínculos entre clima y salud mental en el Imperial College de Londres. “Se trata de un campo de investigación emergente”, aclara, “aunque las evidencias apuntan a un claro declive” en el estado de ánimo general, con consecuencias más graves en algunas personas especialmente vulnerables. Las canículas “exacerban trastornos ya existentes y, en general, empeoran los estados emocionales, aunque no tengas ningún diagnóstico”, suscribe Kim Meidenbauer, profesora en la Universidad del Estado de Washington y experta en psicología ambiental.
Este 2025 han aparecido dos nuevos estudios que apuntalan la causalidad entre olas de calor y dolor psicoemocional. El primero, publicado en Nature Climate Change, atribuye al calor extremo cerca del 2% de la responsabilidad sobre la incidencia de la depresión, la ansiedad, el abuso de sustancias o la esquizofrenia en Australia. El segundo concluye que los jóvenes chinos más expuestos a olas de calor tienen un 13% más de probabilidades de sufrir depresión y un 12% más de padecer ansiedad patológica.
Varias razones podrían explicar esta relación. Andrea Mechelli, del King’s College de Londres, dio a conocer en marzo en The Journal of Climate Change and Health los resultados de una revisión sobre los mecanismos que ayudan a entender la asociación entre termómetros disparados y peor salud mental. Mechelli, que cifra “en un 8% bastante estable, detectado en distintos países, el aumento en las visitas a urgencias por razones psiquiátricas duCuando
Estos episodios provocan cambios hormonales y tensión cardiovascular
“Hacen que la gente duerma menos y haga menos deporte”, apunta un experto
rante las olas de calor”, separa en su estudio motivos fisiológicos, conductuales y sociales.
A nivel corporal, cuenta el investigador italiano, el calor muy elevado “provoca cambios hormonales y tensión cardiovascular”. El conocido como estrés térmico, continúa Mechelli, también se manifiesta en “problemas de concentración”. Aunque los datos no son aún concluyentes, añade Meidenbauer, “resulta plausible pensar que el calor extremo afecta negativamente algunas funciones cognitivas necesarias para la regulación emocional”. Por último, en una especie de pescadilla que se muerde la cola, “ciertos antidepresivos y antipsicóticos reducen la capacidad del cuerpo para gestionar el calor”, apunta Lawrance. Es decir, medicamentos para atenuar los síntomas de la depresión o la esquizofrenia haciendo al individuo más propenso a lo pernicioso de las temperaturas superlativas en su vertiente psiquiátrica.
Interacciones sociales
Las olas de calor, prosigue Mechelli, “hacen que la gente duerma menos y realice menos deporte”. “Rutinas que nos hacen sentir bien”, explica Lawrance, “se ven impedidas” en los días en que el ambiente abrasa. Con frecuencia también se reducen nuestras interacciones sociales. A través de la red global de investigación Conectando Mentes Climáticas, Lawrance ha constatado “que muchas personas en regiones como Oriente Medio apenas salen de casa” cuando el exterior sofoca sin piedad, “lo que incrementa el aislamiento y la sensación de soledad”. Una costumbre en absoluto desconocida en otros países cálidos como España.
Permanecer en espacios interiores —con o sin climatización, en casa u otros cobijos— hasta que se pone el sol, comenta Meidenbauer, podría neutralizar en parte los beneficios para la salud mental de la mayor cantidad de luz natural durante el verano. Si en invierno hay quien padece depresiones por los cortos días y las largas noches, las fases más tórridas del verano podrían echar al traste gran parte del efecto luminoso sobre el buen ánimo.
Los recursos para huir del calor infernal —o al menos mitigar— van por barrios. En los más ricos, abundan el césped y los árboles, el aire acondicionado y las piscinas son norma, el espacio entre edificios se ensancha y siempre existe la opción de un viaje hacia lugares más frescos. Pero donde el dinero escasea, la gente suele vivir en “zonas superpobladas, sin apenas espacios verdes y donde casi no corre el aire”, describe Lawrance para alertar de que allí se sufre mucho más el efecto isla de calor urbano, el recalentamiento extra que provoca la ciudad. Sus habitantes han de tirar de remedios tradicionales: cerrar las persianas, beber mucha agua o ponerse paños fríos en la cabeza.
SOCIEDAD
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