Los endemoniados de Jaca
A finales del siglo XIX y principios del XX la procesión de los endemoniados de Jaca ofrecía un espectáculo macabro y convertía la catedral jacetana en refugio de trastornados. Algunos escritores dejaron testimonio de ello
LA FIRMA Por José Luis Melero José Luis Melero es miembro de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis
La superchería hizo que durante muchos años a algunas pobres gentes (con enfermedades mentales en la mayoría de los casos) se las considerara poseídas por el demonio. Fueron los llamados ‘endemoniados’ o ‘espirituados’, y a lo largo del tiempo acudieron a la procesión de Santa Orosia, en Jaca, para tratar de ser liberados del ‘demonio’. Antes, en siglos pasados, los ‘espirituados’ viajaron a otros lugares del Alto Aragón con el mismo objetivo: San Úrbez, en Nocito; Santa Elena, en Biescas; Sarsamarcuello; Fiscal… Lo cuentan en sus libros el padre Huesca, el padre Faci y el padre Martón. Pero fueron cuatro escritores los que, en el período comprendido entre el último tercio del siglo XIX y el primero del siglo XX, dieron a conocer al mundo la procesión de los endemoniados de Jaca. En 1871, Cosme Blasco (que firmó algunos de sus libros festivos con el seudónimo de Crispín Botana) publicaba en Huesca, en la imprenta y librería de Pérez, una ‘Historia de Jaca’. En ella nos habla de esa procesión, a la que acudía «un inmenso gentío» y en la que se veían «roncalesas con su traje negro, cuajado el jubón de gargantillas y rosarios; chesas y ansotanas con su ancha saya verde y enderezada gorguera; y no faltan francesas descalzas, que por cierto edifican con su devoción y compostura». Blasco nos cuenta que a la capilla de Santa Orosia, en la catedral, iban muchos «de los se dicen poseídos del espíritu maligno» para tratar de encontrar remedio a sus males, y que con grandes alaridos rompían el silencio del templo.
Manuel Bescós Almudévar ‘Silvio Kossti’ dedicó en 1910 uno de sus relatos a los «espirituados de Santa Orosia». Fue en la antología de cuentistas aragoneses que prologó José García Mercadal y editó el librero Cecilio Gasca ese mismo año. Según Bescós, los ‘espirituados’ ofrecían en la procesión «un cuadro único de visión macabra, reclamando el pincel de un Goya». Esos presuntos posesos (en realidad, epilépticos «en pleno ataque, con la boca contracturada y orlada de espuma y los miembros convulsos») eran arrastrados a la fuerza por sus familiares, y se arremolinaban buscando el mejor sitio en la procesión donde recibir el exorcismo. También, afirma Bescós, se encontraban entre esos endemoniados algunos psicasténicos con obsesiones sacrílegas que «blasfemaban a destajo», y cuenta el caso de una chesa que «decía obscenidades y picardías y se esforzaba por alzarse los briales y mostrar la roña de sus muslos». Todo era un «dantesco aquelarre» y la catedral de Jaca, donde –como ya hemos visto que contó Blasco– se refugiaban los ‘espirituados’, se convertía esos días en un «inconfesable burdel o extraño falansterio».
Otro aragonés, Enrique González Fiol, daba a las prensas en 1915 ‘Domadores del éxito’ y dedicaba en él un capítulo al obispo de Jaca
Antolín López Peláez. Eso le daba ocasión para describir la procesión de los endemoniados, cuya vista no es que fuera «desagradable», sino «horrorosa». Llevaban éstos los dedos atados con hilo de algodón o de bramante, que al romperse durante la procesión –o ante las reliquias de Santa Orosia en el Campo del Toro (hoy plaza de Biscós)– indicaba el número de demonios que salía del cuerpo de los posesos. Habla también González Fiol de que en el momento de la bendición la furia de los endemoniados se desataba, y entonces injuriaban al obispo y «blasfemaban atrozmente y a gritos». López Peláez, harto de que la catedral se convirtiera en posada de trastornados, acabaría suprimiendo la vigilia que se celebraba en ella la noche anterior a la procesión.
El libro más conocido sobre el tema es el de Carmen de Burgos, ‘Los espirituados’, publicado por Rivadeneyra en 1923 (hay reedición reciente en Renacimiento), y que narra la historia de Domingo, un funcionario destinado a Jaca que se enamorará de una mujer obsesionada por la religión. Durante la procesión de Santa Orosia, ésta sufrirá un ataque de histeria al ver a los endemoniados y Domingo decidirá entonces abandonarla y marcharse de la ciudad.
En 1947 el obispo de Jaca –y luego cardenal–, el zaragozano José María Bueno Monreal, prohibió la asistencia de endemoniados a la procesión. Una secuencia importante de la España negra desaparecía con ella para siempre.
«Eran arrastrados a la fuerza por sus familiares, y se arremolinaban buscando el mejor sitio en la procesión donde recibir el exorcismo»
TRIBUNA
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2021-08-08T07:00:00.0000000Z
2021-08-08T07:00:00.0000000Z
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