Una ‘paz’ para cambiar la narrativa, no la realidad
Entre los objetivos de Trump está desactivar la presión internacional contra Israel
HAIZAM AMIRAH FERNÁNDEZ Director ejecutivo del Centro de Estudios Árabes Contemporáneos
Adónde vamos a volver? ¿Dónde vamos a estudiar, trabajar y curarnos ahora que Trump dice que hay un acuerdo de paz?». Esas son algunas preguntas que se hacen los habitantes de Gaza. Cualquiera que haya visto imágenes de la destrucción material que ha causado Israel en ese pequeño y densamente poblado territorio puede entender la angustia a la que se enfrentan los gazatíes tras dos años de bombardeos, desplazamientos, hambre, sed, enfermedad y sobrevuelo incesante de zumbadores drones armados. Dos cifras hablan de la magnitud de la aniquilación provocada por Israel: su ejército ha lanzado 180.000 toneladas de explosivos sobre Gaza en ese periodo, lo que equivale a la potencia explosiva de 12 bombas nucleares como la usada en Hiroshima.
Si uno se limita a escuchar las palabras del presidente de EE UU durante la pomposa cumbre que convocó en Egipto el lunes, podría pensar que una era de paz se abre en Oriente Próximo. De hecho, Donald Trump afirmó que su plan ponía fin a 3.000 años de conflicto en Oriente Próximo. Es cierto que este atípico inquilino de la Casa Blanca ha impuesto un cese –por ahora– de las grandes operaciones militares israelíes en Gaza, la liberación de los rehenes israelíes vivos en manos de Hamás y de numerosos rehenes y prisioneros palestinos encarcelados en Israel, la entrega de cadáveres de rehenes israelíes muertos en Gaza (varios en bombardeos de su propio ejército) y la entrada de una cantidad limitada de ayuda humanitaria.
Hasta ahí la primera fase de un plan impreciso, lleno de lagunas que permiten interpretaciones incompatibles entre sí y sin garantías de que se vaya a cumplir. Queda en el aire saber cuáles serán los términos de la retirada israelí del territorio, quién gestionará esa Franja y esa sociedad devastadas, qué ocurrirá con Hamás y sus armas y cómo se realizarán las ingentes labores de desescombro, desactivación de explosivos que no han estallado y reconstrucción física de ciudades, campos e infraestructuras. Nada está detallado sobre el coste económico de esa reconstrucción, y mucho menos sobre la reparación material por parte de quien ha causado el destrozo.
Si sirve de pista sobre lo que cabe esperar, Israel ha seguido matando a civiles en Gaza tras la declaración del alto el fuego. También ha reducido de forma unilateral la cantidad de ayuda humanitaria que se habían acordado que entraría en el territorio. La excusa de Tel Aviv es que Hamás no ha entregado los cadáveres de todos los rehenes israelíes muertos en Gaza. Hamás alega que los que faltan por entregar están bajo los escombros que han dejado los bombardeos israelíes, y que carece del material pesado para su retirada y recuperación de los cuerpos. Turquía ha ofrecido ese tipo de material y equipos especializados, pero Israel ha impedido su entrada en la Franja, cuyos accesos controla por tierra, mar y aire. Mientras tanto, Israel ha lanzado bombardeos masivos en el sur de Líbano (donde también se supone que hay un alto el fuego), y sigue expandiendo su colonización en Cisjordania y de acoso violento contra la población palestina por parte de colonos y militares.
¿Por qué, entonces, ha entrado en escena Trump y ha impuesto un alto el fuego a las partes? Existen suficientes motivos para creer que el objetivo principal era provocar un cambio de narrativa y desactivar la creciente presión internacional contra las acciones de Israel, cada vez más calificadas como un genocidio en distintos lugares del mundo, incluido EE UU. Esa tendencia podría desencadenar un efecto dominó de boicots y sanciones contra Israel difíciles de revertir. Eso lo convertiría en un Estado paria, algo que Washington quiere evitar a toda costa. De ahí que el tan anunciado ‘plan de paz’ de Trump busque romper esa tendencia, transmitir al mundo una idea de que lo malo ya pasó, generar una ilusión de esperanza y dejar caer en el olvido los crímenes cometidos por Israel. Todo eso sin que ese Estado ni sus dirigentes asuman responsabilidad alguna ni cambien su comportamiento de fondo. Esos objetivos quedaron patentes durante el largo discurso de Trump ante el Parlamento israelí, horas antes de proclamar su paz en Egipto.
La prueba de que el plan de Trump para Gaza es una pantomima es que nunca ha buscado que la sensación de paz llegue a los palestinos. No fueron tenidos en cuenta durante su formulación ni ha cambiado en nada el ‘apartheid’ que Israel les impone a diario. ¿Acaso puede haber paz sin que haya justicia, igualdad de derechos, libertad y garantías para la coexistencia segura para ambos pueblos? La farsa de Trump trata de generar una ilusión de esperanza mientras se mata cualquier atisbo de esperanza real respaldada con hechos. Gaza es, una vez más, un campo de pruebas de ese mundo de impunidad y ‘hechos alternativos’ que los extremistas quieren imponernos a todos.
OPINIÓN
es-es
2025-10-19T07:00:00.0000000Z
2025-10-19T07:00:00.0000000Z
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