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«Abre mamá, me quiero ir»: una madre impide una eutanasia en Galicia

▶ ABC es testigo de la oposición de Carmen a que los sanitarios se lleven a su hija. Alega que no se cumplen los requisitos: «No será así ni será ahora»

JOSÉ LUIS JIMÉNEZ

Suena el timbre en casa de Carmen Alfonso. El sonido llega a través de la puerta de cristal ahumado que separa el diminuto recibidor del pequeño saloncito donde ella espera, sentada en una silla de madera, y su hija Belén, en la suya de ruedas.

—No voy a abrir Belén, lo siento. —Abre mamá, me quiero ir.

Al otro lado de la puerta están los sanitarios del Servicio Gallego de Salud (Sergas). Han sido puntuales, llegando unos minutos después de las cinco de la tarde anunciadas. Su cometido es recoger a Belén E. A., de 54 años, y conducirla al Hospital Clínico Universitario de Santiago de Compostela, donde se le practicará la eutanasia que ella misma solicitó meses atrás. Está enferma de esclerosis múltiple, en un estado ya avanzado.

El timbre vuelve a sonar. Ahora con más insistencia.

—Mamá, abre, por favor.

La enfermedad ha robado vigor a la voz de Belén. Es muy improbable que en el rellano puedan escuchar su súplica. Apenas es un susurro.

—Cierra la boca, yo hoy no puedo abrir. No puedo estar sola. Por egoísmo te quiero aquí, si me quieres algo... No puedo dejar que te lleven.

—Abre la puerta, mamá, esto es de locos mamá. Va a pasar, si no es hoy, será otro día, pero va a pasar.

El tercer timbrazo es el último, pero también el más intenso.

—Te lo pido de rodillas Belén. —Solo estás alargando esto. —¿Te alargo la vida? —Alargas mi sufrimiento (Silencio). Muchas gracias, eres muy buena persona.

—[La eutanasia] Será cuando venga tu hermana. Yo no puedo hacer esto sola. ¿Qué hago mañana cuando vea tu habitación vacía?

El timbre no volverá a sonar. ABC es testigo del sobrecogedor diálogo entre madre e hija. Acaba con un tenso silencio. Por las mejillas de Belén se escapan algunas lágrimas. De tristeza, de pena, de impotencia, de amargura. «Yo me quiero ir». La claridad de ideas de la hija contrasta con la dificultad que la enfermedad ha impuesto a su articulación de las palabras. Habla con pausa, pero se hace entender. No fue ayer, pero será pronto. Tiene decidido poner fin a su vida de acuerdo a la ley, dispone de los informes médicos favorables y, sobre todo, no tiene miedo a la muerte. «Se lo tengo al dolor», confiesa.

Belén padece esclerosis desde los 20, cuando se lo diagnosticaron tras perder la visión de un ojo. La enfermedad derivó en problemas en una pierna que dificultaban su caminar, pero quiso luchar y ejercer de profesora de inglés en institutos de Madrid, Castilla-La Mancha y Lugo. En 2015 no pudo más y se jubiló anticipadamente. Dedicó entonces tres horas diarias a rehabilitación para mantener la autonomía funcional que le permitía pasear. En 2020 se infectó de Covid. Estuvo seis días ingresada. Cuando salió, había perdido fuerza en sus piernas. El coronavirus la encadenó a perpetuidad a la silla de ruedas.

Le aterra asomarse al pozo del dolor. «Tuve cuatro episodios muy leves, pero me da pánico pensar que eso puede volver. Siempre hay algo que me recuerda que puede volver cuando le dé la gana, que esto no avisa». Es el dolor del suicida, la neuralgia del trigémino, una combinación nerviosa que empuja a pensar en acabar con todo. «He llevado una vida genial, he sido muy feliz haciendo lo que más me gustaba, pero esto ya no es vivir, sino sobrevivir». Su madre, por el contrario, no la ve mal. « ¿ Estoy bien, mamá? Y una mierda».

Dolor de madre

Carmen se resiste a dejarla ir. El martes, cuando se presentaron en su casa los sanitarios del Sergas para anunciarles que ayer se llevarían a su hija en su último viaje al hospital se le vino el mundo encima. «No pueden avisarme con 48 horas de que se la llevan», repite. Además, los informes médicos se basan en situaciones que su hija no padece, porque «ni está encamada, ni sufre dolor, ni le cuesta beber o comer».

«Una autorización para la eutanasia no puede basarse en mentiras » , expresa esta mujer menuda de 79 años, pero que se intuye dura como el roble gallego. Con esta convicción recurrió a la asociación Abogados Cristianos, que a primera hora de ayer presentaron ante los juzgados de Santiago un escrito solicitando medidas cautelarísimas para frenar el proceso de eutanasia. Los jueces aún no habían dado respuesta cuando tocaron el timbre de la puerta de Carmen.

Carmen se aferra a que su hija reconozca sus cuidados, su preocupación, sus atenciones. Le afea que le tenga miedo a un dolor «que hace mucho tiempo que no tienes». Es una colisión de amores: el de Carmen por su hija; y el de ésta por una vida digna que ya no va a volver a tener. Belén es consciente de que la eutanasia es su punto final, el fundido a negro. «Yo no tengo dudas. A mí la vida me gusta, pero ésta no».

La madre no quiere parecer insensible a la situación de su hija. Está a favor de que pueda acogerse a la ley de eutanasia, pero no cree que haya llegado ese momento. Quizás más adelante. ¿Cuándo? Quizá cuando aparezca el dolor, cuando ella tampoco pueda darle las atenciones que su hija necesita. Pero no hoy, ni mañana. Y mucho menos «con un informe lleno de mentiras». Ayer la puerta del piso de Carmen no se abrió. Acabará haciéndolo porque la Consejería de Sanidad de la Xunta ha informado de que «en el caso de existir alguna obstrucción» irá al juzgado. El siguiente timbrazo será con una orden judicial.

Belén sufre esclerosis desde los 20. Ha disfrutado de lo que más le gustaba y de la vida, pero ésta que tiene ahora ya no la quiere

Carmen se resiste a dejar ir a su hija. Se queja de que la avisen solo 48 horas antes y de que los informes médicos se basen en mentiras

SOCIEDAD

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2023-11-03T07:00:00.0000000Z

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